Como todas las mañanas en la estación Olivia observaba diversas escenas que se desarrollaban en el andén, pasajeras corriendo de un lado a otro empujándose para entrar antes en el tren, estudiantes con auriculares absortos en su mundo y en menor cantidad los que leían tranquilamente. Eran perfiles cotidianos pero interpretados por distintas personas cada día, aunque siempre hay excepciones y ese era el caso de la chica pelirroja de ojos verdes que diariamente se sentaba en el tercer vagón del tren.
Era de esas personas que no pasan desapercibidas, quizá por sus penetrantes ojos verdes que tanto contrastaban con el naranja de su cabello. No tendría más de veinticinco años, pero a su corta edad era capaz de incomodar a cualquiera que se le acercase. La acompañaba un maletín metálico, como el de las policías forenses, aunque daba la impresión de que ocultaba algo siniestro ya que nunca lo soltaba y siempre se formaba en sus labios una sonrisa feroz, afilada y misteriosa a la vez que bella.
Olivia imaginó toda clase de hipótesis, al principio pensó que el maletín debía esconder dinero, pero tras varios trayectos observándola y viendo su semblante siniestro creyó que debían ser armas o incluso miembros de alguien asesinado. Semana a semana iba creándole más inseguridad, hasta el punto de llegar a cambiarse de vagón, a pesar de seguir sintiendo en su espalda el peso de esos ojos fieros, como si la siguiese, como si cada día subiese al tren solo por verla a ella con la intención de aniquilarla.
Una mañana Olivia llegó al tren un poco más tarde de lo habitual y se fijó en que el único asiento libre era al lado de la joven misteriosa. Por lo que casi de forma automática cambió de vagón, solo que ese día en lugar de los ojos en la espalda sentía sus movimientos, no se atrevió a mirar y siguió adelante. Sentía como el sudor le resbalaba por la cara y los latidos acelerados de su corazón, finalmente no pudo evitarlo y se giró, la vio, iba detrás de ella como una gacela, Olivia se apresuró mientras la joven gritaba: “detente”.
No le prestó atención y siguió corriendo asustada a pesar de que en el transcurso de su vida se había enfrentado a situaciones peores. Pensó que si llegaba al último vagón podría cerrar con el pestillo de seguridad y pedir ayuda. La mano de Olivia estaba en el pomo de la puerta, giró la manecilla entró y escuchó como la joven gritaba “asesino” y de fondo un fuerte disparo. Pudo ver la sangre impregnando el suelo, los gritos de la gente asustada, aunque lo que más la sorprendió fue ver que el muerto era su marido del que llevaba años huyendo por malos tratos. Fue entonces cuando comprendió que la joven misteriosa la había salvado para siempre y que en ese momento había conseguido ser eternamente libre. Olivia bajó del tren feliz, sin mirar atrás, sin miedo por primera vez.