Luna de sangre
Sonia Laín | Una fuente sin agua

Las palabras aparecen de una en una como las primigenias gotas de lluvia que profetizan una briosa tormenta, frías pero suaves, hirientes pero reconfortantes. Pospongo el prestarles atención, prefiero evadirme de allí iniciando un viaje a mis recuerdos; en apenas un segundo me encuentro a tu lado en aquella mítica estación, puedo escucharte mientras me cuentas la historia sobre cómo ayudaste a evitar la masacre ayudando a evacuar a la gente a través de los túneles, algo que salvo tú, apasionado como eras al Madrid subterráneo, nadie hubiese logrado. Alcanzo a sentir cómo agarras con fuerza mi mano para que no me caiga mientras subimos las escaleras y consigo oler el dulzor de tu perfume cuando me abrazas para protegerme del frío invernal que nos regala Madrid al salir a la calle. Logro hacerlo porque te siento a mi lado, aunque lo cierto es, que tras advertir y ordenar todas esas palabras que han dicho los doctores, tras hacer regresar mi alma a este cuerpo apesadumbrado, sé que ya no estás aquí conmigo ni volverás a estarlo nunca, salvo en mi memoria.

Deambulo sin rumbo por las desiertas calles de la ciudad, a una hora tardía para noctámbulos y temprana para madrugadores; no vago sola, una suave lluvia me custodia mientras purgo las lágrimas de rabia y pena que brotan de mis felinos ojos. Es culpa mía, no te he cubierto, joder, soy tu compañera, tu amiga, también fui tu novata y hasta tu amante, eras mi responsabilidad, cubrirte era mi trabajo y he fallado; fue solo un segundo, un mísero segundo, lo juro, de repente no estaba allí, duró menos de un parpadeo, pero la cagué; no oí como amartillaba el revolver, no vi el cañón apuntando en mi dirección ni sentí con te abalanzabas sobre mí para protegerme. Rodamos por el suelo, me golpeé la cabeza, creo que por un momento perdí el sentido, hasta que el sabor metálico de la sangre en mi boca me trajo de vuelta, no era mi sangre, yo estaba bien, pero tú…

La luna llena domina el cielo azul petróleo que envuelve Madrid; yo también me siento dominada pero no por la luna, son la rabia y el odio que siento hacia mí misma los que someten mi voluntad y no me dejan avanzar. Contemplo la luna rojiza a través de la ventana, la luna de sangre, sé que es una señal, tu señal, mi señal, la llamada de la venganza y la sangre, es ahora o nunca.

Debería haber entregado el arma y la placa, debería haber cogido los días de permiso que me ofreció el capitán, pero ya es tarde, acabo de comenzar mi vendetta.