‘- ¡Ocho víctimas en ocho meses, inspector Navarro! − vociferó el comisario al mando. Un hombre de mediana edad que imponía tan solo verlo. Su gran estatura un tanto espigada, pero bien definida y sus vastas manos que sin querer seguías con los ojos mientras gesticulaba al hablar −: ¡Los altos mandos me piden resultados! ¿Alguna pista en esta última desaparición?
– No mi comisario. – Contesté con voz inmutable y apresurada pues sabía que quería toda la información al detalle −: Como en las anteriores desapariciones lo único que se ha encontrado es una cantidad considerable de sangre en el suelo y su documentación cerca del lugar de los hechos. Ningún testigo, ni huellas y tampoco indicios de que se haya producido algún forcejeo. Nada relevante mi comisario, estamos en punto muerto.
En sus ojos, se percibía ira entremezclados con un sentimiento de pesadumbre e impotencia.
Sentados en medio de una sala, una cámara grababa todo el proceso. Detrás del comandante había un tablón con todas las pruebas y anotaciones bien entrelazadas y en la mesa, estaban abiertas todas las carpetas de las víctimas.
– Analícelo atentamente, inspector ¿qué se le está escapando? – Preguntó con voz implacable.
Eso me hizo pensar, qué estaba pasando por alto. Ocho víctimas, sin relación alguna. El género parecía indiferente para el criminal, tampoco era por el color de su piel, ni su etnia. Ninguno de ellos se conocía. Piensa, piensa… ¡qué es! Iba a contrarreloj, sabía que a la última víctima le quedaba poco tiempo, pues el modus operandi del asesino era matarla al transcurrir doce horas después de haberla raptado. Al parecer las torturaba en el transcurso de ese tiempo.
Empecé a mirar caso por caso, todas víctimas de alta cuna además de ser hijos de ejecutivos de alto standing. Cada uno de ellos tenían antecedentes penales. Esto me abrió la mente. Todos ellos sin excepción, habían cometido algún delito y salieron exentos ante la ley. Aquí está la clave – pensé.
El comisario notó que ya iba atando cabos. Sabía leer a las personas mediante los gestos y expresiones.
– ¿Y bien? – Preguntó con una mirada analítica.
Un sudor frío empezó a recorrer mi frente, sentí cómo su mirada me leía y atravesaba. Nuestros ojos se cruzaron y mis pulsaciones, sin querer, empezaron a aumentar frenéticamente. Él sabía perfectamente lo que estaba pensando, se podía respirar la victoria en su rostro.
– ¡Sí! mi comisario – respondí enfáticamente −: Parece que sigue un patrón. Sus víctimas son hijos de gente adinerada que han salido impunes de graves delitos. Pero no tenemos nada que nos indique quién es el culpable, señor.
En ese momento, se levantó de la silla y mientras se acercaba a la cámara con intención de apagarla dijo:
– Por hoy hemos terminado. – Una vez apagada, fue directamente hacia mí y me susurró al oído −: La función ha terminado, inspector. Le veo esta noche y lo terminamos.
Sin querer, exhalé un leve suspiro mientras esbozaba una sonrisa en mi rostro.