Las luces del Skyline de Manhattan empezaban a brillar en el horizonte. Marla contemplaba aquella escena de postal semidesnuda apoyada en el alfeizar. En la diminuta habitación de paredes raídas y macilentas el mundo parecía estar derritiéndose, el calor era tan sofocante que podía cortarse perfectamente con una navaja sin filo, pero allí entre esa viscosa y turbia soledad se sentía a salvo.
El viejo gramófono seguía haciendo su trabajo de manera eficiente. La voz dulce y desgarradora, de María Callas y su Madame butterfly ponían su particular banda sonora a modo de preludio. Marla, después de dar un ultimo trago a la botella de whisky y exhalar el fugaz humo del ultimo cigarrillo decidió que había llegado el momento. Cogió el revolver que tenía encima de la mesa y metió el frio cañón en su boca sintiendo el roce del duro metal en la punta de la lengua y con aquel olor a grasa escarbando en las profundidad de su pecho inició la cuenta atrás ante los pocos testigos allí presentes; una botella de whisky vacía, un cenicero convertido en fosa común de decenas de colillas, un ejemplar de La divina comedia de Dante, algunos titulares de periódicos recortados con su nombre y un boceto hecho a lápiz con el rostro de la famosa detective de homicidios Enola Lecter. Su dedo comenzó gradualmente a hacer presión sobre el gatillo y justo antes del que el arma lanzara su estrepitoso y trágico grito, justo en ese instante sonó el teléfono. Aquel estridente e impertinente sonido le resultó familiar, a veces puedes saber quien llama por la forma de sonar pensó ella. Al descolgar escuchó una profunda y calmada respiración, podía sentir su olor, podía sentirla como se sienten la noche y el jazmín. La llamada se cortó sin que hubiese mensaje entre emisor y receptor. Fueron diez intensos segundos llenos de un profundo silencio.
Madame butterfly seguía sobrevolando la habitación. La templada brisa veraniega y el sonido de las sirenas in crescendo no provocaron en Marla ningún síntoma de inquietud o temor. Volvió sobre sus pasos y contempló una vez mas el horizonte, escaneó con la mirada triste las ventanas encendidas, una por una. Y allí ensimismada sintió arder el centro de su espalda, como si una punzada incandescente atravesara sus entrañas. La visión se volvió borrosa, sus rodillas ya no eran capaz de soportar su peso. A sus pies un charco de sangre corría en estampida. Giró su cuerpo inestable como un árbol recién plantado siendo agitado por el fuerte viento del norte. Había alguien detrás, una figura emergió entre las sombras. Su ángel negro apareció y con ella el revolver humeante como el aliento de dragón hizo la presentación, volvía a sentirla cerca, su piel templada y perfumada sobre su mejilla, su pecho firme oprimiendo sus costillas. Y Marla antes del último estertor tuvo la oportunidad de dedicarle unas últimas palabras teñidas en sangre; Me alegro de que hayas sido tú, Enola.