Esta vez probaré suerte en la planta de abajo. Sigo convencida de que esta tienda, es una tapadera de algún oscuro negocio. Bajo ese olor a rancio que te golpea en cuanto traspasas la puerta, esta gente esconde algo y estoy dispuesta a encontrarlo. Vengo a diario a comprar alguna chorrada, para tirarla después en la papelera de la esquina, por no confiar en su calidad. Paseo discretamente por los pasillos, con la cestita azul colgada del brazo, simulando interés en mi búsqueda, memorizando cada detalle de esa tienda llena de trastos.
Desciendo las escaleras y un olor a azúcar quemado invade la estancia. Cojo un par de ovillos, sin tener la más remota idea de qué hacer con ellos y los echo a la cesta. Me acerco a la estantería de las manualidades, guiada por aquel olor y descubro una ranura que parece el filo de una puerta, entre las cartulinas. Acerco la mano y noto una ligera corriente de aire. Fuerzo con las uñas y tiro despacio, se afloja la puerta. Me asomo por la ranura y apenas se distingue una bruma flotando en el aire entre un halo de luz.
Escucho pasos que se acercan, cierro la puerta despacio y me cambio de pasillo, alargando la mano como si tratara de coger una bombilla. Un señor con bigote pasa por mi lado y se detiene a oler unas braguitas, no sin antes asegurarse de que nadie le observe, mientras se coloca las gafas. Se las guarda discretamente en el bolsillo y desaparece por las escaleras.
Continúo la misión, esta vez identifico el lugar exacto del que tirar, para que ceda la puerta oculta. Compruebo que nadie me observa y me cuelo en esa guarida. El avance se complica por el suelo pegajoso, que se empeña en agarrar mis suelas. Un susurro metálico desvela el funcionamiento de las máquinas. Probetas con líquidos de llamativos colores burbujeando, se conectan unas con otras y se entremezclan entre ellas. El olor a azúcar quemado se vuelve más intenso al acercarme. ¡Chuches! No doy crédito a la gran cantidad de gominolas que producen aquellas máquinas. Cajas apiladas en los pasillos, con diversos sellos de destino. Llevo suficientes fotos conmigo, ya me puedo marchar.
Subo os peldaños victoriosa, por haber descubierto esa fábrica de golosinas clandestinas, deseando redactar el informe y presentarlo en la comisaría para pedir orden de desalojo y cierre de aquella fábrica. Al llegar a la planta de arriba, busco la salida con la mirada, la emoción me ha bloqueado y no recuerdo el camino.
Diviso la puerta, me dirijo impaciente. Descubro en aquel momento la cámara de vigilancia que me ha estado grabando desde el primer día que entré en aquella tienda. Una anciana china sale del mostrador y delante de mis narices, cierra la puerta con llave, impidiéndome avanzar. Me rodearon de inmediato unos diez o doce chinos, había caído como una tonta en la trampa que me había buscado yo misma.