MADRUGADA
Claudio Rafael Ranieri | Roberto Godofredo

. R me llamó de madrugada y habló atropelladamente de una cita a la que el no podría acudir, pero que no podía faltar. Me convencío (o más bien me obligo) a ir en su lugar a encontarme con un tipo al que apenas conocía en un barrio del puerto en medio de la noche. Tratando de despertarme, me negué a ir, pero mientras balbuceaba argumentos en contrasque me estaba poniendo los zapatos y que me había vestido para salir. G. Apenas me dijo un par de frases por el telefono, donde debía ir, que no perdiera el tiempo, que me diera prisa, pero antes de cortar la llamada me dijo una frase que fue una advertencia “ No te fies de el”. Bajé las escaleras y me puse en marcha. Debía conducir hacia la zona del puerto . No dejaba de pensar en los ultimos asesinatos que habían sacudido la conciencia de la ciudad. Se hablaba de un asesino en serie, pero nadie se atrevía a confirmarlo. Nadie se fiaba de nadie y evitaba salir por las noches, pero yo iba camino de uno de los peores barrios de la ciudad a encontrarme con un desconocido sin saber bien con que motivo. En realidad (pensé) G.A. no era exactamente un desconocido para mí, lo había tratado de niño, pero sin llegar a ser su amigo. Era pelirrojo, inquieto, desconfiado. Se juntaba con nosotros, pero no sabiamos casi nada de él. Un día desparecio del barrio y no supimos más de él, sin embargo, muchos años más tarde, el propio R. una noche me lo nombró. Estabamos hablando de otro amigo nuestro, de los tiempos de la infancia y el nombre del pelirrojo salío en la conversación, entonces R. me contó que lo había vuelto a encontrar en una taberna, mezclado con unos pescadores, jugando a las cartas y bebiendo y que lo puso en ridículo delante de todo aquel grupo de borrachos y que él no fue capaz de responder y se marchó de allí. ¿Porqué R. no había sido capaz de enfrentarse al pelirrojo en la taberna? yo no lo sabia, R. no me lo quiso decir, pero algo anterior, algo en la infancia había pasado entre ellos. Porque R. me dijo (y esto lo recordaba ahora) “seguía siendo el mismo cabrón”.
Llegué finalmente al puerto y di con el lugar adonde iba, Era un bar de mala muerte muy cerca de las vias del tren que llegan hasta los muelles. G.A. aparecio de la nada. Su mirada era fría, despiadada y daba miedo. No supe que decir ni tampoco sabía que demonios ibamos a hacer. G. A. vío mi desconcierto, quizás mi miedo y sonrío con aquella sonrisa de maldito que ahora me volvía desde la memoria.
Se puso en marcha y me dijo:
Sigueme, hay que ir a por esos demonios.