Jorge no se había levantado aún de la cama y ya eran las doce de la mañana. A pesar de ser un sábado de invierno, María pensó que no era la mejor manera de comenzar el fin de semana. Se acercó hasta la habitación que ambos compartían y aunque aún seguía enfadada con Jorge por haber llegado tan tarde la noche anterior, no le quedaba más remedio que insistir para que despertara.
Al levantar la sábana lanzó un grito de horror y comprobó que del costado de Jorge salía un hilo de sangre ennegrecida que se había convertido en un charco sobre el colchón y parte del suelo de la alcoba. Intentó mover el cuerpo de Jorge, pero no se movía y ya notaba la frialdad en su espalda.
Tras los primeros minutos de confusión, con la cara llena de lágrimas se acercó hasta la mesilla para coger el teléfono móvil y llamar a la policía, aunque al levantarlo vio una tarjeta con un nombre “Sandra” y un número de teléfono.
En pocos minutos varias patrullas de policía estaban en la habitación tomando huellas y fotografías, mientras un agente le hacía todo tipo de preguntas, que con la cabeza embotada no llegaba a contestar de manera inteligible.
Al menos recordaba que, al llegar Jorge, de madrugada, se quejó de un dolor a la altura del costado derecho, pero al poco tiempo se dejó caer sobre la cama, para empezar con sus ronquidos alcoholizados a los que se había acostumbrado últimamente.
Algunas de las preguntas que le hizo la policía, tenían que ver con la tarjeta que encontró bajo el móvil. Un agente se puso en contacto con la tal Sandra que quedó muy impactada por la noticia y reconoció haber pasado las primeras horas de la noche con Jorge. Estuvieron cenando en un restaurante céntrico y después tomando bastantes copas, en un local de moda.
A la salida del local se les acercó un hombre con traje oscuro, al que Jorge atendió malhumorado mientras recogía un sobre cuyo contenido Sandra no pudo ver, entonces Jorge revisó lo que había dentro del sobre y cambió su semblante entablando una discusión acalorada con el individuo al que finalmente logró convencer para que se marchara. Tras unos minutos el hombre volvió sobre sus pasos y se acercó por detrás a Jorge, sin que él notara nada, pero después de quedar a su altura volvió sobre sus pasos escondiendo algo entre la manga de su traje.
Sandra acercó, con el coche, a Jorge, hasta el portal de su casa, y se despidió de él sobre las cinco de la madrugada, sin que notara nada más raro ni en su cara, ni en sus movimientos, salvo que el recorrido hasta su casa fue en silencio total, ni siquiera tuvieron un beso de despedida. Entonces fue cuando le entregó la tarjeta, por si quería volver a verla.
Sandra iba a colaborar, pero estaba segura que no volvería a llamar a esa agencia de hombres de compañía.