MALA SUERTE
Pilar Alvarellos Lema | #lagellegadelterror

Una letanía de maldiciones e insultos, a cada cual más mal sonante, comenzó a salir de la boca del inspector Gutiérrez cuando se encontró perdido en medio de la nada, con una rueda pinchada y una lluvia torrencial anegándolo todo. Tuvo la certeza de que la suerte lo había abandonado por completo cuando se dispuso a cambiar el neumático y se encontró que el coche de alquiler que había adquirido, no llevaba el aparato elevador destinado a levantar el vehículo. Su teléfono móvil no funcionaba. A su alrededor sólo había árboles y más árboles. Maldijo la hora en que se había ofrecido a ir a aquel lugar recóndito y lugar de nacimiento de «el cuervo» apodo que le pusieron al asesino en serie que andaban buscando por llevar una vestimenta del mismo color que la noche que había caído sobre él.
A lo lejos, en lo alto de una colina divisó una débil luz a unos seiscientos o setecientos metros de distancia. Tal vez fuera una granja. No veía una opción mejor que ir hasta allí y pedirle ayuda al granjero.
Ayudado por una linterna que arrojaba algo de luz por el camino sin asfaltar que llevaba hasta la casa, comenzó su andadura bajo el diluvio pisando sobre el barro blando y frío que se colaba dentro de sus zapatos de ciudad.
Por el camino iba pensando en que la suerte no lo había abandonado de todo. Seguramente el granjero tendría un gato, cambiaría la rueda y se iría directo al hotel a tomarse un largo baño de agua caliente.
Pero luego le asaltaron dudas. ¿Y si el granjero estaba dormido? Tendría que aporrear la puerta un buen rato, porque seguro no tendría un timbre. Se cabreará porque no le hará ni pizca de gracia que lo despierte. ¿Y si se niega a prestarme ayuda? porque la gente del campo es muy desconfiada con la gente de ciudad. Tendré que suplicarle hasta la saciedad y explicarle que he pinchado y solo necesito cambiar la rueda y seguir mi camino.
Cuando se encontró frente a la puerta la aporreó con fuerza. No tuvo que esperar mucho hasta que escuchó pasos acercándose. Una anciana la abre un poco con la cadena puesta, lo mira y sin esperar explicaciones lo deja entrar.
El inspector respira aliviado. Lo hace pasar a una habitación donde hay una chimenea encendida. El hombre se acerca al fuego para calentarse. La mujer aparece al cabo de un rato con un tazón de chocolate humeante. Gutiérrez le explica su problema. Despertará a su hijo que lo acompañará con mucho gusto, le dice.
Unos minutos después aparece acompañada de un hombre de unos cuarenta años, alto, muy delgado, vestido de negro. Al inspector le cuesta mantener los ojos abiertos. Está más que seguro de que la anciana le ha puesto una droga en el café. Antes de perder el conocimiento por completo, supo con certeza de que estaba ante el hombre que andaba buscando.