MALDITA OSCURIDAD
Alexis González Páez | A.G.Páez

Aparcó en la entrada, justo cuando un nuevo relámpago iluminaba la noche. Se bajó con rapidez del coche, buscando guarecerse en su morada. Entró en ella, dejando la estela sonora del portazo tras de sí. La penumbra llamó su atención, la oscuridad era total. No entendía. Hacía quince minutos había hablado con su esposo e hija, ambos estaban en casa. Accionó el interruptor, pero nada sucedió. Un golpe seco proveniente de la cocina le ocasionó, similar a la caída brusca de un cuerpo al suelo, le puso sobre aviso. Acto seguido, un silencio sepulcral lo invadió todo. Agarró un paraguas y se dirigió con pasos cortos a la estancia. No quería llamar a su familia, de esa manera alertaría al supuesto peligro. El olor a sangre le confirmó la presencia de la muerte. Mientras avanzaba, divisó la sombra de un cuerpo inmóvil en el suelo. ¡Era Justin! Del horror que sintió casi se le escapa un grito. Le pareció sentir una presencia a su alrededor, pero no detectó a nadie. Temblorosa y entre sollozos, Helen llegó a la altura del cadáver. A pesar de la oscuridad, podía afirmar que estaba muerto. ¿Dónde estaría su hija? Decidida a encontrarla, se dirigió al salón. Los tonos de un conocido silbido infantil, le arrancaron las lágrimas, en medio de vívidos escalofríos. El cierre de un cajón, con el consiguiente tintineo de los cubiertos, resultó espeluznante. Pudo advertir la sombra de una persona de pequeña estatura reflejada en la nevera.
Ilusionada se dio la vuelta, esperando lo mejor. La sorpresa fue diabólica, la imagen casi le arranca un grito desgarrador. Frente a ella estaba Janet, con la cara, la ropa y las manos ensangrentadas. Profiriendo la melodía de las salidas domingueras familiares. Quiso acercársele para abrazarla, pero un par de cuchilladas le advirtieron del peligro. Evitando una nueva embestida, huyó despavorida para esconderse de su propia hija. Alcanzó el salón trastabillándose con todo lo que encontró a su paso. Se estiró detrás del sofá, convencida de que no estaba a buen recaudo. Sintió aquella presencia fantasmal cerca de ella y el silbido volvió a sonar para torturar sus oídos. Un espectro se colocó a su lado y cuando menos lo esperaba, le propinó una senda cuchillada en la pierna derecha. A duras penas, se escabulló de vuelta a la cocina. No sin antes, coger de la chimenea un atizador. Despavorida se escondió detrás de la alacena. Un silencio fúnebre lo envolvió todo. Sollozaba sin remedio. De súbito, la silueta de su hija le alcanzó detrás del armario y se le abalanzó. En un gesto desafortunado gesto para esquivar el cuchillo, Helen le clavó el atizador. Los sollozos la ahogaban cuando vio caer de bruces el cuerpecito inerte de Janet. Le invadió un desasosiego incompatible con la vida y, desviando la punta del hierro hacia su pecho, intentó clavárselo. En ese momento, una mano le tiro de los pelos. Su esposo acababa de arrancarle el visor de realidad virtual, sacándola de la pesadilla.