¡MALDITA PUERTA!
Ángel Abril Larrodé | ABAL

Hernández estaba en el escusado mientras me desparramaba tedioso en mi silla cuando, sonó el teléfono. Entró y no le di tiempo a preguntar, le lancé su gabardina y partimos a toda prisa.
En la puerta, una atractiva mujer envuelta en una bata de seda, nos estaba esperando. Nos identificamos debidamente como policías y sin pronunciar una palabra se giró invitándonos a seguirla.
Entramos al dormitorio, en el suelo había un hombre tendido, Hernández se agachó y le tomó el pulso, juntó los labios y negó con la cabeza. Por debajo del cuello una mancha de sangre se extendía empapando la moqueta, mi compañero hizo un gesto para que me acercara, me incliné junto a él y le ladeó levemente la cabeza mostrándome un zapato de tacón clavado bajo el craneo.
La mujer nos contemplaba desde un rincón de la habitación sentada en un pequeño sillón rodeado de penumbra, nos levantamos pensando ambos lo mismo, lanzándole una mirada acusatoria. En ese instante un movimiento bajo la bata provocó que se abriera dejando al desnudo el cruzado de sus piernas. Obnubilados, nos olvidamos por un momento del cuerpo y apenas pudimos pedirle permiso para hacer uso del teléfono.
Le efectué varias preguntas pero solo recibí su mirada profunda e inescrutable como lo que guardaba en su interior. Fallido el intento de averiguar que había sucedido, posé la vista en la moqueta, la atenuada luz resaltaba las fibras aplastadas de los últimos pasos de aquel hombre, detrás, alternados, le seguían los de la mujer, hasta que, las últimas huellas de su pie izquierdo desaparecían. Escruté el resto de la habitación hasta que di con el otro par, el derecho, un zapato de fino tacón “stiletto”.
Al rato llegó el comisario con el forense, la jueza y otro agente. Nos apartamos para dejarles hacer su trabajo, mientras tanto, el comisario se puso hablar con la mujer, ella parecía responderle de manera afable incluso parecía sonreír. Cuando pude me acerqué a él y le conté mis pesquisas.
-Así que se descalzó de un pie, dio dos saltos con el zapato en la mano y se le hundió ¡Vaya, vaya! Qué imaginación tiene usted. He hablado con el forense y para él ha sido un accidente. El fulano se bajó los pantalones, perdió el equilibrio, se cayó de espaldas sobre el tacón penetrándole por el cuello y partiéndole el axis.
-¿Pero?
-No hay peros, Hernández.
-Fernández, señor comisario
-Da lo mismo, nosotros nos vamos, esperen a que llegue el furgón y se lleve el cuerpo.
Nos quedamos a solas con ella, se acercó y pidió un cigarro, Hernández le largó el pitillo y se lo encendió, le dio tres caladas y lo puso en mis labios. Luego se dirigió al baño dándonos la espalda a la vez que iba deshaciendo el nudo de la bata, entró y le dio un suave golpe a la puerta cerrándose muy despacio mientras la suave seda resbalaba sobre sus hombros dejándolos al descubierto. La puerta se cerró sin poder ver cómo la bata llegaba al suelo.