Tenía un aspecto de lo más desagradable. Olía a sudor que echaba para atrás. Tenía el pelo grasiento, los dientes amarillos y llagas por la boca. Incluso darle la mano fue desagradable, por los sarpullidos que tenía en las palmas. Supongo que haber conducido más de cuatrocientos kilómetros para identificar el cadáver de su hija, desaparecida hacía dos meses justo el día de su dieciocho cumpleaños, tampoco jugaba a su favor.
Aquella mañana el cadáver de la muchacha había aparecido en un callejón. El único sospechoso era el joven latino de veinticuatro años que, según los vecinos y compañeros de trabajo de ambos, era su novio y al que habíamos dado por fugado.
Tenía el perfil de mujer maltratada de manual, basándonos en cómo la describieron los que los conocían:
No solía hablar e incluso cuando se le preguntaba algo, era él quien respondía. De mirada ausente, siempre un paso por detrás de él, evitaba todo contacto físico.
Bajé al depósito para recoger el informe final del forense para tramitar el papeleo.
Ya estoy aquí Miguel – le dije – ¿Algo nuevo en el informe?
La causa de la muerte sigue siendo la misma – me contestó -. El análisis de sangre confirma que padecía sífilis en estado avanzado.
– ¿Qué significa eso?, pregunté.
– Que estaba enferma desde hacía unos tres o cuatro años, diría yo. Pero no es relevante.
Se lo debió contagiar un antiguo novio – pensé en voz alta – y ella se lo contagió al latino. Tal vez esa fue la causa del asesinato.
– Dime, ¿cómo puede saber uno si su pareja tiene sífilis? Uno que no sea médico, insistí.
– Hombre, saber que es sífilis no es fácil. Pero que estaba enferma era evidente. Los síntomas más visibles son las erupciones en los genitales, la boca y las palmas de las manos
.
– ¡No me jodas!, exclamé.
Quince minutos después, de pie frente a él, le solté:
– Su teléfono móvil lo sitúa a escasos treinta kilómetros de la comisaría cuando le llamé y no a cuatrocientos como dijo, y estoy seguro de que los resultados del análisis de sangre que ha autorizado el juez que le practiquemos revelarán que padece usted sífilis y me juego sus cojones a que es de la misma cepa que la de su hija. Eso significa que la violabas y se la contagiaste. Por eso la pobre, una vez cumplidos los dieciocho, se escapó de casa. Ahora quiero que me digas dónde está el chaval, o te juro por Dios que …
No hizo falta apretar más. Confesó que ayer, de una paliza al amigo del tipo con el que se había fugado su hija, averiguó su paradero.
Les esperó escondido tras el contenedor de basura y los atrajo pidiendo auxilio.
Obligó al muchacho a tomarse unos somníferos amenazando con matarla a ella si no obedecía. Después, la mató a golpes.
Estaba deshaciéndose del cuerpo del muchacho en un vertedero cuando le llamé.
Se llamaba William. Había intentado salvar a Rocío.