“Dime, Carlos, que me pillas haciendo la cena. ¿Cómo que han encontrado huesos humanos en los columpios del parque? ¿Y robado el coche al cura? No puede una tener una semana tranquila, voy para allá”.
De camino, le informaron de que el vehículo había aparecido abandonado frente a la tienda de Damián, mal aparcado y sin cerrar con llave. Cuando Margarita lo revisó, encontró un pañuelo de papel usado. «Llevadlo a analizar. ¿Cómo no lo habéis visto? ¡Así limpiaréis vosotros vuestros coches!»
Allí mismo, su equipo le contó que había sido el padre de unos niños que estaban excavando en el parque quien, fijándose en la calavera pirata, notó un extraño realismo y dio la voz de alarma.
Al llegar al parque, no se lo podía creer: había ido apareciendo el resto del esqueleto incrustado en varios elementos de juego, la estampa era de lo más macabra. «Tendremos que hablar con los de mantenimiento», dijo Margarita, que no estaba muy convencida. «Ha sido alguien que sabía bien lo que se hacía, cada hueso estaba perfectamente encajado», pensó.
Ya entrada la mañana, los resultados del laboratorio indicaron que el ADN del pañuelo era de un delincuente habitual. “¿Desde cuándo tenía Héctor carnet de conducir?”, pensó Margarita. Y que Héctor robase un coche para arriesgarse a conducirlo sin permiso, era demasiado raro hasta para él.
Intentó contactar con él a través del teléfono que tenían en su ficha, pero no hubo suerte, ni tampoco cuando se aceró a la dirección que allí figuraba, donde, además, el conserje le confirmó que llevaba varios días sin verle.
De vuelta a la comisaría, Margarita decidió parar a comprar pan del horno de la tienda de Damián, que era el único que le aguantaba varios días. El pobre le estuvo contando que el domingo precisamente se había quemado un poco la mano mientras lo limpiaba con sosa, y cierto era que la llevaba vendada.
Margarita le pidió la llave para ir al baño, y allí encontró el mando de un coche, tirado al fondo en una esquina. Nada escapaba al radar de una madre.
-Damián, ¿ha estado Héctor por aquí? Tengo que hacerle algunas preguntas.
-Qué va, no le veo desde el domingo que acompañó a don Leandro y le estuvo comprando el vino, mientras el padre entró en el aseo, que luego siempre le regala media botella.
Cuando a la mañana siguiente Margarita comprobaba que el mando era del coche robado, recibió una llamada que le heló la sangre: nuevas pruebas revelaban ahora que el ADN del pañuelo pertenecía a la misma persona que los restos óseos. «¡Dios mío, Héctor!» Aquello, por cierto, evidenciaba que el coche no había sido robado, sino conducido por el párroco.
-Carlos, revisad la cámara de seguridad de la tienda de Damián, necesito confirmar que Héctor marchó de allí el domingo.
Pero la intuición de Margarita acertaba de nuevo, Héctor nunca salió. Y entonces recordó que don Leandro había sido albañil antes de tomar los votos.