Cuando vi a Marina entrar en el restaurante del hotel, fue como si me dieran un puñetazo en la cara, después de pasarme tres días sin dormir y bebiendo whisky de garrafón. El mareo que me entró, hizo que la barra, en la que me estaba tomando una cerveza, tomase vida propia y el taburete, en el que estaba sentado, se pusiese a dar una vuelta por el local; lo que tratándose de un taburete de los que están anclados al suelo, no dice mucho sobre mi estabilidad mental en ese momento.
Todo empezó como siempre, chica conoce chico, se enamoran, se encantan, se adoran, se van a vivir juntos… y de pronto, como si fuese una sucesión natural de los hechos, chico pone cuernos a chica o chica pone cuernos a chico, discuten, se odian, se amenazan, se van a vivir separados,… pero en este caso, además, chico aparece muerto y chica es investigada por la policía.
En mi bufete, no abundan los inocentes, por eso cuando entró Marina, con ese vestido rojo, que haría volver la cabeza a su paso hasta a un obispo, no le quise preguntar si era culpable o inocente; solo que le proporcionaremos la mejor defensa
Las primeras pruebas que nos presentaron, no tenían muy buena pinta para Marina. Llamadas a su ex de madrugada, mensajes con amenazas veladas y a veces explícitas, quejas de los vecinos por los gritos de discusiones en plena noche,…
Marina aseguraba, que después de sus mutuas infidelidades, ya no había nada entre ellos, que los mensajes y los gritos era su forma de relacionarse, pero que lo único que eran era follamigos, que ya sé que es una forma muy rara de terminar una relación, decía. Aunque más rara es terminarla con un ex fiambre, pensaba yo.
Tras varias conversaciones y pesquisas apareció una sorpresa, que se materializaba en un rechoncho y educado individuo, que respondía al nombre de Ignacio y que podía demostrar la inocencia de Marina. Disponía documentación que demostraba que el día del asesinato, Marina y él estaban en París, pasando unas vacaciones romanticas.
Todo esto me parecía increíble, no tanto las pruebas de la inocencia de Marina, que la fiscalía también había valorado positivamente, como que se hubiese ido a pasar unas vacaciones románticas con un tipo como Ignacio. Era la clase de persona que encajaría de profesor de primaria, pero nunca de amante de una mujer como Marina.
Aunque finalmente tenía la satisfacción del deber cumplido, me quedaban varias temas pendientes, uno el que Marina, por más que me haya insinuado no me haya hecho caso y el principal es que un caso complicado se haya resuelto como por arte de magia.
Por eso me he quedado de piedra al ver como Marina se acerca en el restaurante del hotel a la mesa en donde están sentados todos los ponentes de la conferencia a la que acabo de asistir (Jueces del Supremo, Fiscales, ….) y quien le sirve las bebidas es Ignacio.