Las ruinas estaban a poco más de quinientos metros de ellos, claro que en vertical, lo que junto a la espesa vegetación de la selva amazónica hacía más difícil si cabe la ascensión. Sudaban a chorros por la pegajosa humedad y el intenso calor y los insectos les atacaban continuamente. Hacía rato que se habían quitado parte de la ropa pues no soportaban la temperatura, el líquido repele-insectos se había revelado como un excelente bronceador pero absolutamente ineficaz con los enormes mosquitos amazónicos que recordaban más el ataque de las valquirias que a los inocentes bichitos dibujados en el envase, las mochilas empezaban a multiplicar aritméticamente su peso a cada paso aunque no llevaban apenas nada en su interior pues acabaron con las escasas provisiones de que disponían la noche anterior cuando aún tenían esperanzas de llegar alguna parte desde donde los vieran y pudieran rescatarles. Por la mañana en cuanto las primeras luces del amanecer, precioso aunque no tuvieran ánimo ninguno de contemplarlo, penetraron la espesura de la selva salieron del improvisado refugio de ramas que habían construido, se levantaron y decidieron encaminarse hasta el punto más alto, la colina que estaban a punto de culminar. Al poco de emprender la ascensión vieron los primeros vestigios de lo que pudo ser un templo maya y lo utilizaron como referencia para no perder el rumbo entre la frondosidad de la vegetación que les rodeaba. Descubrieron al segundo día de estar perdidos que unos frutos carnosos y dorados que los monos araña comían con deleite les podían salvar del aprieto pues eran sabrosos como higos y jugosos como sandias y su ingestión no les provocaba ningún malestar, también en caso de no encontrar agua les aportaban suficiente líquido. Jamás pensaron que una alegre excursión de fin de semana se convirtiera en una aventura de tal calibre como tampoco imaginaron que acabara con su posterior desaparición. Pocos días después de la fecha de su supuesta vuelta se encendieron las alarmas en las familias y extendiéndose la angustia por los amigos más cercanos hasta que tras las denuncias oportunas y la falta de novedades llegó el caso a la prensa que echó toda la carne en el asador más por las fechas que estábamos de espesa calma informativa que por el interés real que tenían en el caso. Tras la publicación de varias portadas amarillistas y otros tantos artículos y columnas inquietantes llenas de bulos y frases malintencionadas atacando a la policía por su ineptitud y a los gobernantes por su poca implicación y la falta de medios destinados a la búsqueda, ocurrió lo que estaba esperando hacía ya un par de días. Había apostado que mi buen amigo el inspector con el que había colaborado en la sombra en algún que otro caso de asesinato particularmente turbio me llamaría hoy mismo a no más tardar. En las anteriores ocasiones las investigaciones acabaron convertidas cambiando pertinentemente nombres y lugares en relatos publicados en revistas de crímenes.
– ¿Edgar?
– ¿Cuándo salimos?