—Si queréis progresar en esta familia deberéis de hacer todo lo que os ordenen, sin rechistar, sin hacer preguntas, y al pie de la letra.
Este fue el primer y único consejo que nos dio Fredo seis dedos; se hacía llamar así porque le gustaba contar sus asesinatos con los dedos de una mano (creo que ahora lo llaman fredo ocho dedos). A Toni y a mí, dos jóvenes italoamericanos de pueblo, recién llegados a la ciudad, poco amantes de los estudios y del trabajo y sí del dinero fácil, este consejo debería de acompañarnos durante toda nuestra vida fuera de la ley. Y si he de ser sincero, también nos ha ayudado a llegar lejos en la organización. Siempre sin rechistar, hemos hecho los trabajos más sucios. Siempre sin preguntar, hemos extorsionado y dado palizas sin importarnos si eran negros o judíos. Siempre al pie de la letra, hemos incumplido todo el código penal, desde el índice hasta la contraportada. Creo que incluso hemos cometido delitos que aún no se han inventado. Pero nunca hemos asesinado a nadie. Hasta esta noche; hacía ya unos días que el ambiente en las calles no era el mejor y las muertes no naturales se habían disparado. Textualmente. Nos convocaron a Toni y a mí en casa de Don Vito, el “nostre capo”.
—Por si no os habéis dado cuenta, estamos en guerra con esos cabrones de irlandeses mal nacidos — nos dijo. — Pero esta noche esto se va a acabar. Es esta noche. O nos comen o nos los comemos. Vosotros dos iréis a casa de “Eddie el loco”. Ya sabéis lo que tenéis que hacer.
Y aquí estoy, troceando a este gordo irlandez para meterlo en el horno. A Toni lo he mandado a buscar vino y pan.