En el ático de un edificio, una mujer desesperada, no paraba de gritar pidiendo auxilio. Los vecinos, alarmados, llamaron a la policía y el comisario López fue el primero en llegar al lugar. Durante varios minutos trataron sin éxito de comunicarse con ella y al entrar, comenzaron a dudar. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no respondía cuando la llamaban? Habían registrado habitación por habitación, sin embargo, no parecía haber nadie en la casa. Entonces, ¿de dónde salía esa voz?
Dudaron por un momento de si se trataría de una grabación, pero cuando uno de los agentes abrió uno de los armarios altos de la cocina, ante sus ojos quedó desvelado el misterio.
—No puedo creerlo —El comisario negaba con la cabeza a la vez que reía—. ¿Hemos movilizado a tantas patrullas por esto?
—¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor! ¡Socorro! ¡Quiere matarme! —gritaba el loro yaco de cola roja mientras los agentes carcajeaban intentando agarrarlo. Debió de entrar por el tubo de la campana extractora y quedó atrapado.
—¡Maldita sea! —exclamó uno de los agentes cuando el loro le picó en la mano.
—¡Maldita sea, Cheyenne! ¡Estate quieta o lo pagarás! —respondió el loro y el comisario, frunciendo la frente, le observó atento.
¿Cheyenne? No podía ser verdad. Ese nombre era demasiado inusual como para tratarse de una casualidad. Llevaban semanas buscando a una chica que se llamaba exactamente igual.
Alarmado por la coincidencia, decidieron trasladarlo a una clínica veterinaria y cuál fue su sorpresa al descubrir que, el chip que llevaba insertado en su ala derecha, marcaba como propietario al dependiente de una tienda de animales a dos kilómetros de allí, pero si algo llamó especialmente su atención, es que, al comprobar la dirección, detectó que esa tienda estaba situada frente al domicilio de Cheyenne.
—Ya sé dónde está… —balbuceó entre dientes.
Tres horas después sus sospechas quedaron confirmadas y mientras trasladaban al detenido, sus compañeros, intrigados, no pudieron evitar preguntarle:
—¿Cómo lo supo, señor?
—Me lo dijo un pajarito —respondió con una amplia sonrisa en su rostro y expulsó el aire complacido.