Dos adolescentes se hallaban sentadas en las escaleras del portal de una de ellas, esperando que la lluvia y los truenos sosegaran su frenético y escandaloso ritmo. Olivia ni siquiera había entrado en la casa de Amanda, la cual se había hecho cargo de sus hermanos pequeños mientras ella se iba a una fiesta a escondidas.
Cansada de sentir los pies agarrotados, Olivia se sacó los tacones y apoyó la cabeza sobre el hombro de la persona en que más confiaba a sus quince años. No tenía demasiada prisa en volver a casa, ya que sabía que los niños no solían despertarse por la noche y sus padres no llegaban hasta la madrugada.
– Gracias por cuidar de ellos – Le susurró – Espero que no te hayan dado mucha guerra. Si mi madre se entera de que al final me fui al cumpleaños de Martina y que no me quedé en casa cuidando de mis hermanos, se pondrá como una fiera.
Lejos de tener una vida idílica, Olivia solía pasar las tardes después del instituto cuidando de ellos, mientras que sus padres trabajaban hasta tarde. Ella se hacía cargo de que hicieran los deberes, de que se entretuviesen, de bañarlos y luego acostarlos, para después volver a su rigurosa rutina de estudio. Pocas eran las veces que quedaba con alguien fuera del instituto, a no ser que fuese estrictamente necesario. Pero, aunque casi nunca coincidían, ambas jóvenes hacían todo lo posible para verse; sobre todo su mejor amiga, que no tenía la responsabilidad de cuidar a nadie y sólo estando con ella era realmente feliz.
Amanda solía devolverle el gesto apoyando la cabeza en la suya, pero no lo hizo aquella vez; estaba demasiado cansada de haber pasado toda la tarde y parte de la noche con los hermanos de Olivia, los cuales eran muy movidos.
– Sabes que haría cualquier cosa por ti – Espetó sin mirarla – A veces me pregunto qué sería de nosotras si no tuvieras que lidiar con esa carga.
Olivia se sorprendió al oír aquellas palabras provenientes de su amiga, pero no le dio demasiada importancia, ya que sabía que su realidad no era la de muchos adolescentes de su edad. Como siempre, prefirió ver el lado bueno de las cosas y le dio un abrazo como muestra de agradecimiento. Ambas permanecieron en silencio a la espera de que la tormenta terminara y Olivia pudiera volver a casa, pero las intensas luces de un coche patrulla y su tan característico sonido las sorprendió al aparcar justo enfrente de la casa.
En realidad, solo una de ellas fue realmente sorprendida; Amanda ya sabía que aquel hombre de traje oscuro y sombrero iba a por ella. Olivia la miró atónita en busca de respuestas, pero en cuestión de segundos, se percató de que esta no le había sostenido la mirada en todo lo que llevaban de noche. En cuestión de segundos, Olivia pasó de estar abrazada a su mejor amiga, a estar abrazada a una asesina.