‘- Lo que sabemos seguro hasta ahora – dijo el detective – es que la victima es un varón de unos treinta años al que le hicieron un corte profundo en el cuello. Antes de morir desangrado, fue socorrido por usted que acudió al oír sus gritos, ¿no es así Daniel?
– Yo estaba descansando y entonces oí los gritos de Vasili, al principio pensé que se habría hecho daño haciendo sus ejercicios, algo que le pasaba a menudo, pero los gritos no eran los habituales de frustración, y salí corriendo – su voz sonaba afectada, debía de tener una relación cercana con el fallecido, pensó el detective –, cuando llegué abrí la puerta y lo encontré en el suelo arrodillado y con las manos en el cuello. Y entonces vi, ahí en el suelo junto a él, uno de mis cuchillos. Y salí a buscar ayuda.
– Todavía estaba vivo cuando llegó usted, ¿tuvo oportunidad de decirle algo?
– No, no me dijo nada. Su cara estaba como asombrada, pero apenas reaccionaba, la sangre salía a borbotones… – sollozó y se llevó las manos a la cara – disculpe, me ha afectado mucho.
– No se preocupe. ¿Usted ha mencionado que el cuchillo era suyo?
– Si. Bueno… – paró su explicación en seco, al darse cuenta de que podría incriminarse – podía ser uno de los míos, se parece desde luego a los que yo uso.
– ¿En calidad de qué usa usted los cuchillos?
– Soy lanzador, mi espectáculo consiste en lanzarlos con precisión.
– Así que dado el tamaño de la víctima. Era el levantador de peso, ¿no es así?
– Si.
– Teniendo en cuenta su habilidad como lanzador, de haber sido usted habría evitado la confrontación directa y lo habría matado desde lejos.
– ¿Cómo dice? – Asustado – Yo no he matado a nadie.
– Lo sabemos, tranquilícese. Aquella mujer nos ha asegurado que no vio a nadie entrar ni salir de aquí desde que el señor Vasili terminó su acto.
– ¿Quién?
– Aquella, de las dos, la que tiene barba. Nos dijo también que portaba una caja.
– Si, esa de ahí, la vi al entrar.
– ¿Qué hizo cuándo se fue a pedir ayuda?
– Salí corriendo al camerino del jefe y vino conmigo, al volver nos encontramos con Madelene, la contorsionista, que estaba de pie junto a él como llorando.
– Muchas gracias por su declaración, puede esperar fuera y le tomaremos los datos.
El detective recorrió la estancia con paso sereno. Era un camerino sencillo, pero repleto de objetos. Era al fin y al cabo el hogar de la victima. Junto a la mancha de sangre había varios pelos de barba, que bien podían ser de la victima. Y no mucho más lejos apartada en un lateral la extraña caja de madera. Debía medir unos cincuenta centímetros en cada lado. Levantó la tapa y comprobó, como sospechaba, que estaba vacía.