Eran las once menos diez cuando el inspector entró al restaurante chino “Nueve Dragones”. No quedaba nadie, salvo un policía más interesado en cederle el marrón que en resolver el crimen.
Había llegado en un tiempo récord ya la llamada a los servicios de urgencias fue a las diez y doce minutos. La ambulancia llegó ocho minutos después y tuvo que esperar otros dos al coche patrulla. Entraron escoltados por la policía y no pudieron más que certificar la muerte de la víctima. A las diez y treinta y dos minutos descubrieron el reloj de pulsera tirado en la mesa. Avisaron al inspector que llevaba siete años tras el asesino del reloj.
El nombre se lo había dado la prensa después de que se filtrara la información. No se publicaron otros detalles, como que el reloj marcaba la hora exacta del asesinato; dicha hora siempre resultaba que las manecillas quedaban simétricas en la esfera. El inspector recorrió con la mirada el restaurante. No se limitó a la mesa dónde estaba el cadáver; con el asesino del reloj, la escena del crimen era más amplia.
-La camarera nos ha dicho que había solo una mesa ocupada. Oyó la puerta y unos gritos. Cuando salió de la cocina, se encontró con el fiambre. No vio a nadie más. No hay cámaras –dijo el policía.
El policía salió a fumar. El inspector sacó la grabadora:
-Hay doce mesas dispuestas en círculo, como en un reloj. La mesa dónde está el cadáver corresponde al minuto diez, así que la que corresponde al minuto cincuenta es esta. Aquí debería haber otro.
Levantó con energía el mantel. No había nada. Se agachó y con sus manos enguantadas, palpó el suelo bajo la mesa. Había sangre. Alzó la vista y vio la puerta del almacén. La abrió despacio y vió unas cajas amontonadas y un par de sacos de patatas. Al fondo había otra puerta, entreabierta.
La puerta daba a un callejón y estaba flanqueada por unos contenedores de basura. Rodeó el de la izquierda y encontró un hombre tendido. Respiraba con dificultad..
-¿Está usted herido?
No contestó. Se señaló al costado. Había sido apuñalado varias veces. Sin duda, tenía los pulmones perforados y encharcados.
-Es usted el primero que se salva del asesino del reloj. Es el único que puede reconocerlo. Necesito que me haga un favor.
El inspector miró a la entrada del callejón. Le subió la camisa al herido y le dijo:
-Muérase.
Le tapó la boca. Sacó un cuchillo del bolsillo de la gabardina y lo hundió hasta la empuñadura en las heridas existentes.
Se levantó, sacó el móvil del bolsillo y escribió a su cómplice: “Eres un inútil. He tenido que arreglarlo. No tolero estas imprecisiones.”
Suspiró y mientras miraba el cadáver, dijo:
-Desde que el asesino del reloj se retiró, no consigo encontrar a un sustituto que esté a su altura.