‘- Mi amigo Roy es mudo – expone él, comenzando a crear ante la barra su particular danza chinesca con manos de uñas negras como el pecado.
– ¿Qué le dices? – cuestiona ella, sonrisa asesina por estandarte.
– Tu bebida, nena. Un Scofflaw bien cargado – responde, indulgente, mientras Roy, hierático como un faraón, prepara el cóctel con una profesionalidad no exenta de indolencia.
Puede que tenga el brillo de un océano en esos ojazos, pero sabe Dios que tiene un maldito problema, piensa tras constatar, estupefacto, cómo aquella golfilla apura con desesperación el mejunje, lo más suave del cual son el whisky de centeno y el vermut, y no de la mejor calidad, precisamente.
– ¿Es seguro hablar delante suya de lo de Rossatto? – eructa como un disparo, recelosa, tras dejar el vaso.
– Cariño. Sí, lo hemos liquidado. Dilo bien alto: estamos solos en el bar. Y éste… no sé si podrá leer los labios, pero no cantaría menos si estuviera muerto – se autoaplaude el chiste con una carcajada casi tan gruesa como su tripa, mientras con una mano le hace una seña al barman, que, imperturbable, le prepara su escocés favorito, y con la otra avanza posiciones como un perro famélico por el muslo de la mujer.
– Ha sido coser y cantar llevarlo a la cama. Menuda cara cuando te vio aparecer revólver en mano – repone ella, pícara pero ya con voz pastosa y ligeramente tambaleante.
– Un hijo de puta menos, querida. Que se meta las rosas por su culo frío y arrugado, ya nos quedamos nosotros con el dinero.
La mano, triunfante, se posa en un pecho, que tensa el vestido hasta lo insoportable. Ella fija la mirada en su mano y a continuación lo mira a los ojos. Bizquea.
– No me encuentro bien.
Él da un trago largo y duda entre descubrirse o seguir con la comedia. Opta por lo primero.
– Supongo que nunca aprendiste lengua de signos. Habría sido interesante interpretar lo que realmente le he pedido a Roy que te sirviera.
El color perdido y el aliento pestilente y cada vez más entrecortado, ella intenta levantarse y agarrarle por el cuello. Lo que consigue es caer a sus pies y morir entre gorgoteos desquiciados mientras el otro apura los restos de su whisky.
– Con alguien que beba de esa forma se puede follar bien, pero nunca hacer negocios, Roy.
Deja el vaso en la barra cuando se da cuenta de que se mea. Se levanta y cae de rodillas al segundo paso, mientras que sus pantalones se tiñen de un hediondo marrón al tiempo que un Verdún se desata en su vientre.
Con sus últimas fuerzas dirige su mirada hacia Roy, en busca de ayuda. Pero Roy es un profesional que, mirada al frente, rostro serio, no abandona su puesto.
En sus manos entrelazadas, sus tatuajes de veterano gritan a los cuatro vientos el orgullo de su disciplina militar. Más abajo, casi tapado por la manga, se intuye el comienzo de otro tatuaje distinto, más colorido.
Quizás una rosa.