Aterrizaste en mi terraza como un ángel caído. Vestida de blanco, con alas de plumas, y rota. Sin tocarte sabía que estabas muerta. La policía invadió mi espacio. Me reconocieron al instante, inspector Fernández, me decían con guasa, “hasta los casos le vienen a casa”. Algo que me pareció de mal gusto. Yo ya no era inspector hacía años que me había jubilado.
Recorrieron la comunidad entera. Ningún vecino conocía al cisne blanco, como te bautizaron. Al final retiraron tu figura grácil, dejando tu silueta dibujada en el terrazo. Todo se disipó a los pocos días, no había pistas, no había nadie que te reclamara.
Mandé fregar la terraza a conciencia, no desaparecías, estabas en mi cabeza. Sentía que el destino te había llevado a mí, para que no cayeras en el anonimato. Así que hice lo que tenía que hacer, empecé a buscar respuestas.
La primera pregunta era, ¿de dónde habías venido? Subí al terrado, inspeccioné. Me habías dejado un reguero de plumas blancas enganchadas en las paredes. Los terrados se conectaban entre sí, y tu rastro me mostraba el camino hacia aquella otra finca. Bajé las escaleras, me indicaste la puerta, piqué con los nudillos y se abrió, solo estaba encajada. Dentro te encontré. El comedor estaba vacío, invadía el espacio un gran espejo, tu escenario. En un rincón aquel tocadiscos antiguo empezó a sonar y entonces apareciste, grácil, bailando, como el cisne blanco que eras. Rebusqué en los cajones, te llamabas Érica. Me indicaste un cajón donde estaba tu agenda, tenías la mañana de tu muerte una audición. Me dirigí a la dirección que indicaba.
Una vez llegué al edificio me colé por la puerta trasera, no quería que me vieran. En ese momento, se celebraba otra audición, varias chicas calentaban antes de danzar, el jurado estaba formado por dos hombres y una mujer. Allí al fondo me miraste y me señalaste al hombre que estaba a la izquierda, me adentré en la sala, y me coloqué en un rincón donde podía observarlo. Miraba diferente, se relamía, tú me lo decías todo con los ojos. ¿Como probarlo?
Esperé oculto. La gente se marchaba, una de las chicas se quedó rezagada, el hombre la llamó. La conversación parecía normal, como la cogía de la cintura no era normal. Lo sabía. La chica se zafó y se marchó. La seguí, él la siguió. Anduvimos varias calles. Ella entro en un portal, el también entró, yo casi no lo conseguí. Perdí unos segundos, subí las escaleras, oí golpes, forcejeos, empujé la puerta con todas mis fuerzas, reduje al hombre, avisé a la policía y fin.
Salvamos a aquella otra chica, detuvieron al monstruo, era un depredador sexual.
Me felicitaron, no sabían que todo lo habías hecho tú. Yo no sentía alegría. A ti mi cisne blanco no te salvó nadie. Hoy me sigues a todas partes. Algunos dirían que estoy senil, me da igual lo que digan, somos felices juntos.