MI OLFATO NUNCA FALLA
ROSA ELVIRA HERNÁNDEZ HERNÁNDEZ | CLOÉ

Cuando levanta la vista de los papeles, se da cuenta que ya ha caído la noche. Su compañera ya se ha ido y él no se ha enterado. Se levanta de la silla, se acerca a la ventana, el día sigue encerrado en neblina, y a él le apetece una buena hamburguesa y una cerveza. Se dirige a la puerta, del perchero coge su abrigo y su sombrero, el mismo desde hace veinte años; apaga la luz y sale a la calle.
La neblina es tan densa que solo llega a leer parte del cartel que anuncia quién es: “Álvarez y Hernández Detectives”. Se adentra en la calle sin apenas distinguir nada, soñando con esa cerveza “1906 Reserva” que va a degustar, y seleccionando mentalmente la hamburguesa que va a pedir para acompañarla.
Va ensimismado en sus pensamientos y no se cruza con nadie en los apenas cuatrocientos metros que separan su despacho del bar. Cuando quedan escasos metros para llegar y ya ve el reflejo de la luz del local, oye pasos. No puede distinguir si se acercan o se alejan. Su instinto le obliga a parar y poner máxima atención por muy difícil que sea distinguir algo. Escucha unos susurros, hay una conversación cerca, intervienen dos voces, una es de hombre, la otra de mujer, no consigue entender de qué hablan.
Sigue su camino hacia el bar y de repente se encuentra de frente con un hombre de cara hosca, ojos profundos y ladinos, que al pasar a su lado le saluda, retirando de su cabeza el sombrero que le cubre. Quizá por su profesión, no las tiene todas consigo, pero responde al saludo retirando igualmente su sombrero. Cinco pasos después se vuelve para mirar al hombre, pero la neblina es tan sumamente densa que ya se ha perdido cualquier rastro del mismo, aunque oye sus pasos que se alejan. Se para y se plantea la posibilidad de volver e intentar alcanzarlo, pues su mirada que rápidamente retiró bajando la cabeza, le ha generado desazón. Hay algo en esos ojos que lo pone en alerta.
Cuando ya ha decidido darse la vuelta, escucha una voz tenue de mujer que pide ayuda. Corre hacia ella y se da de bruces con una joven rubia y terriblemente demacrada. Se agacha para asistirla y entonces descubre una inmensa mancha roja en su blusa blanca. Intenta hablar con ella pero no lo logra, ya está inconsciente, se quita el abrigo y lo coloca bajo su cabeza, rasga su camisa e intenta taponar la herida. Se ve rodeado de sangre. Poniendo en marcha su intuición, se levanta, mira a la mujer, es muy guapa, parece una muñeca rota. Coge su bolso y saca todo lo que le pueda interesar, se dirige al bar y pide ayuda. Todos salen y en medio del revuelo, da media vuelta y corre tras el hombre, sabe que aunque rodeado de neblina, él es el único testigo.