MI PASEO DE DOMINGO
Juan Pablo Luna Del Despósito San Martín | CAMINANTE

Se acerca la noche y ya estoy listo para volver a salir. Mi tradicional paseíto por el barrio, saludando a las vecinas y riendo con las gracias de sus perros es habitual cada atardecer de domingo hace años. Basta que no llueva y haga buen tiempo. Los días nublados o lluviosos me ponen de mal humor y trato de evitarlos.
Para conocer a ese alguien especial no tengo patrones excepto que sea un hombre. Basta una mirada, una pequeña sonrisa para que se fijen. Debe ser un desconocido. Entonces ya engancho. Les hablo simpático acerca del día, el frío, el calor o lo que haga falta. Me siento de sobra entrenado para caer bien y charlar sin esperar nada a cambio. A poco andar seguimos camino de mi piso y sin que se den cuenta los tengo ya en mi zaguán con esa secreta esperanza que tienen todos a que les den algo de cariño extra: fácil, barato y sin que se entere la esposa.
Para mi todo es como una gran locura que termina con el último aullido, con el grito feroz donde todo se detiene, donde todo confluye. Ni siquiera dejo que se acerquen mucho a mi. Los más veloces incluso ya van con la mano metida en la bragueta. Madre mía, cuánto atrevimiento…
Siempre quise homenajear a Poe, sus libros llenos de tanto muerto en medio de tanto sótano húmedo y corroído por el moho, tanto grito ensordecido por paredes. Así lo quise y por eso me vine desde tan lejos: a despedir a todos esos cabrones dispuestos a llevarse un festival de infecciones y mentiras a la cama de sus esposas.
El sótano me quedó perfecto y sé que nunca me descubrirán antes que me vaya de este mundo. Según mi exhaustiva cuenta llevo 352 cuerpos, perfectamente apilados, amortajados, embalsamados y puestos en trajes de poliuretano de alta densidad, diseñados a la medida y herméticos. Diríamos las perfectas tumbas del futuro: poco espacio, máxima higiene y excelente precio. ¡Ya me lo agradecerán como un aporte!
Vivo para esto. Vivo para esta muerte y este esperpento. Saco la basura, los desperdicios, aquellos que sé que no van a cambiar. Van a golpear a sus esposas si hace falta, las van a zamarrear, a jalonar hasta lo profundo de su marasmo, las agarrarán a ostias si hace falta. Y les mentirán. A raudales. Y quizás les quiten la vida, a raudales.
Este sótano mío de cada día, me hace revivir, restañarme en la luz de sus cristales, tintados y aislados acústicamente. Espero cada domingo. Y cada domingo salgo a mi silenciosa tarea de limpieza.
Vivo para esto, mi arduo trabajo semanal da aire a mi secreta vida de domingos. Espero con ansias este paseíto por el barrio. Me arreglo y salgo sonriente a buscar una nueva conquista, siempre que no llueva o no esté nublado el cielo. Los días nublados o lluviosos me ponen de mal humor y trato, a toda costa, de evitarlos.