Salí a la calle, mediados de enero, una neblina que apenas te dejaba ver, un frío que subía por las extremidades y te paralizaba, necesitaba oxigenarme todo lo posible ya que el corazón similaba un cronómetro a punto de estallar. Nunca había experimentado semejante situación, una situación que siendo inspectora de casos complejos nunca había experimentado en mi casa. Acababa de cenar hacia escasos minutos, el reloj ya rozaba cerca de la media noche. En la duermevela que estaba entrando junto con mi gato entrelazado en las piernas, escuché un ruido seco, como unos cristales rotos. Provenía del piso de arriba. En vez de hacer uso de mi arma y mi placa, escondí al gato en un pequeño agujero que quedaba entre el sofá y el mueble aparador y salí al exterior de la casa, dando paso a una oscuridad absoluta, exceptuando la luz de una cálida farola. Vivía en una casa alejada de la ciudad, ya pasaba muchas horas en pleno urbanismo y cuando acababa mi jornada (que a veces se alargaba días enteros), necesitaba paz. No llevaba el teléfono, solo llevaba la ropa con la que había acabado la jornada. Este trabajo puede llegar a ser muy extenuante a la par que interesante. Desapariciones, crímenes, y muchas más cosas que no dejan conciliar el sueño algunas noches. Si daba parte a mi superior me obligaría a tomarme unas vacaciones que no quería, necesitaba trabajar y seguir teniendo bloqueados los recuerdos tan dolorosos que se aferraban del pasado. El tiempo tiene la potestad para bloquear la parte negativa, y aunque sepamos 1o que ocurrió, se encuentra encubierto por una gran armadura. Tras vagar por la espesura del monte al menos una hora o esa fue mi sensación del tiempo, volví a casa con cautela por si aún seguían y encontré la puerta abierta (en ese momento me di cuenta que ni siquiera había cogido llaves, tendría que haber caminado unos 3 kilómetros para encontrarme la primera vivienda habitada y tampoco me había presentado a los vecinos nunca, era era una persona solitaria, y sola, nunca mejor dicho). Nunca di parte de lo de aquella noche, el gato seguía en el mismo lugar en el que lo había dejado, alerta pero quiero, con las pupilas más grandes y oscuras de lo normal. Cuando me vio, se acerco a mí y decidió posarse a mi lado, ni siquiera necesité subir para saber que iban a por los documentos enterrados de aquella fatídica noche que mi cabeza quería bloquear, pero no los encontrarían, ya que no estaban en la casa. Me tumbé en el viejo sofá e intenté dormir hasta que sonara la canción de los Beatles que tenía como alarma a las 6 am para ir a primera hora a la escena de un crimen. Habían encontrado un matrimonio en estado de descomposición, y no había ninguna denuncia por desaparición. Parece que tendría que tirar de hilos que no existían. Tenía que descansar , pero, ¿lo conseguiría?