Miedo a perderte
Marian López Monserratt | MARIANNE

El piso de tierra había significado un número más para el tensiómetro del señor Molina, cuya falta de acepción a la gravedad de la situación no era más que una delusoria fantasía de bienestar que se evaporaba vertiginosamente junto con la lucidez de su esposa. Ambos se paseaban por la cuadrícula que habían podido conseguir dando fe a su casero que en la reelección le pagarían. Aunque no fuera el lugar más pulcro, el señor Molina se despojó de sus zapatos antes de entrar, puesto que atraían malos espíritus a la morada.

Doña Eva de Molina no permitiría que ni sus pies ni su mente reposaran en la inmundicia de aquel sitio, por lo que junto con el sopor y la desesperación se lanzó a los brazos de su marido mientras tarareaba. Los psicotrópicos nos vencerán más rápido que el gobierno, pensó Molina.

Solo aquello fue suficiente para empujar a Eva fuera del cuchitril; con los pies desnudos y con una vivacidad ajena a su estado, como diría el casero al señor Jones, cuya enmienda no podía ser frenada por la deshonra de un viejo estafador como lo era el señor expresidente Sebastián Molina. Se dispuso rápidamente a caminar por la avenida, en donde encontraría la única buseta que lo conduciría a cumplir su destino.

Al llegar, Jones, supo exactamente que era el camino correcto, puesto que un par de vejestorios como los Molina no podían olvidarse de la época dorada de su juventud; cuyo principal atractivo para el señor Molina era la adolescencia de su esposa. Mientras tanto, Evangeline Bernard reposaba en los brazos de un Sebastián Molina, vigoroso, cuyas preocupaciones había dejado en el futuro junto con las represalias de aquel presente.

Jones se encontró con el rostro pulcro del vejete, y así como el resto de la sala se percató de la pareja enamorada que formaban los futuros malhechores. La respiración agitada lo obligó a sentarse, tomándose un momento mientras observaba la aparente inocencia del caballero. Todo sabio comprendía que en pocos segundos se podía destruir el futuro de millones vidas, pero el caso es que Gabriel Jones no era un sabio.

A su salud, les dijo el detective, el cual sostuvo el vaso con la derecha durante el brindis. Sebastián Molina, que desde joven vivía de las supersticiones, no bebió el contenido del vaso, ya que atraía infortunios no cumplir con los protocolos de tales actos sociales. El recipiente fue a parar a manos de la madre del futuro presidente, que por el ardor de los recuerdos de su propia juventud decidió hacer un brindis en su honor, tomándolo con la mano derecha.

Fue el mal augurio de ese brindis el que trajo cincuenta años después a un estafador de primera al puesto de presidente, el cual al no encontrar al sospechoso principal de la muerte de su madre y al no confiar en la corrupción del sistema, decide forjar su camino hacia el poder.