MIEDO
PILAR OBREGON PEREZ | AMAPOLA

Sientes miedo cuando una noche vuelves a casa sola y oyes pasos que te siguen, te vuelves y ves una sombra y te convences de que todo es imaginario, cuando alguien te agarra del brazo y es un hombre al que no conoces, cuando notas algo en los riñones y no sabes si es una navaja, un revólver o solo su puño, cuando sus labios rozan tu oreja como lo haría un amante y susurran “camina, zorra”, cuando la adrenalina y el cortisol borran el efecto de los tres gin tonics que te has tomado con tus amigas, cuando encadenas quince “por favor, no me hagas daño”, cuando una rodilla se te dobla y tropiezas y él te sujeta, cuando te empuja hacia un callejón con una farola fundida y un coche aparcado, cuando abre el maletero y te dice “entra”, cuando miras hacia la calle de la que vienes y no ves ni oyes a nadie, ni nadie te ve o te oye a ti, cuando te pone cinta adhesiva en la boca y una brida que te quema las muñecas, cuando la chapa baja sobre tu cabeza y te quedas a oscuras con tus ganas de orinarte y llorar.
Sin móvil, te ves indefensa. No sabes cuánto tiempo has pasado en el coche, pero has notado los baches en la boca del estómago. El maletero es pequeño y huele a aceite de motor. Has pateado la carrocería todo el rato y has pensado en tus opciones. No puedes utilizar las manos, ni gritar. Enfrentarte no parece buena idea. Te saca diez centímetros y es corpulento. Tus piernas no están atadas, solo entumecidas, quizás podrías correr.
El coche se para, el portón se abre y, al asomar la cabeza, solo ves dos puntos de luz que salen del coche y unas sombras que podrían ser árboles. Él se acerca y te estruja los pechos, después te agarra por los sobacos, te deja en el suelo y notas las hierbas que te rozan el cuerpo. Estás en el campo, quizás en un bosque, y ya sabes por qué él no te ha atado las piernas. Se baja los pantalones y crece el miedo. En tu mente repites “escapar” y “esconderme”. Coges aire, giras sobre ti misma y le haces una zancadilla. Sus pantalones a medio bajar hacen el resto. Se desequilibra y se golpea contra el coche. Es tu oportunidad y no la desperdicias. Te arrastras, te incorporas y corres hacia las sombras. No ves nada, tropiezas, caes, te levantas, la boca te sabe a metal, te arañas, las sienes y el pecho te laten fuerte, te ahogas, pero no paras. Entonces empiezas a oír zancadas, cada vez más cerca, y después notas su mano que te agarra la ropa y sabes que ahí se acaba todo. Antes de que te inmovilice, le clavas las uñas en la cara hasta romperlas y, cuando te golpea en la cabeza, dejas de tener miedo.