MINUCIOSAMNETE
RAQUEL SERRANO BERMUDEZ | ESTILOGRÁFICA AZUL

Sabía que iba a morir, el cómo y el cuándo. No tenía miedo. Si estuviera viva, podría avisar a su madre, plancharía el vestido negro con olor a funeral. No a más gente, aprendió a ser paciente consigo mismo, pero no con los otros. Entraba y salía de la vida de los demás sin rotos ni daños, sin más huella que la necesaria.
Decidió mantener sus rutinas. Acudió al trabajo, impecable como siempre, saludando con afables modales, antes un capuchino en la cafetería de la esquina. Quería dejar un recuerdo agradable o tal vez no.
Despachó gestiones pendientes, agendando otras que serían cumplidas a título póstumo. Comida rápida en la barra de un bar cercano. Se tomó la tarde libre. Habían anunciado una borrasca, pero el día amaneció soleado. Paseó por la rambla en dirección al mar.
Se detuvo frente al número cinco de la calle Sant Antoni. Sacó el sobre de la gabardina y lo introdujo en un desconchado buzón. Leyó el nombre y ahora sí, por primera vez, sintió un miedo atroz.
Regresó a casa. El viejo sillón, comprado doce años antes en Muebles la Fábrica, lo esperaba. Un libro sobre la mesa. Doscientas veintitrés páginas que no serían leídas, lástima. Pero tenía que conocer el final. Abrió la novela en el último párrafo.
Entornó los ojos. ¿Vería su vida pasar antes de morir como dicen? No fue así. Repasó si lo había dejado todo atado. Recibos en orden, traspasos, suscripciones canceladas, testamento hecho. Solo una cosa más. Descolgó el teléfono y marcó un número que debería haber tecleado antes, mucho antes.
—Abre el buzón —dijo, secamente.
Colgó al instante cayendo en un estado de duermevela.
El amanecer y la tormenta llegaron de la mano. No se movió. Un trueno lejano y el disparo a bocajarro llegaron al unísono fundiéndose en abrazo largo. Muerte.