Missing
JUANPEDRO FONT BROCH | JP

La alquería perdida en medio de un mar de naranjos traslucía su decrepitud en los marcos de ventana arrancados y ahora convertidos en restos y cenizas de una hoguera aún humeante en el porche con el techo negro de hollín de las continuas fogatas para pasar la noche a la lumbre y calor de la candela. La puerta inexistente sustituida por dos pallets ingeniosamente unidos daba acceso a un único espacio, habían desaparecido también un par de tabiques, lleno de basura, dos sillas desvencijadas y un somier derrengado que supuestamente soportaba ocasionalmente el colchón pestoso ahora apoyado en una de las esquinas del porche a modo de sofá improvisado. Quien anduviera por allí no hacía mucho que había huido o simplemente se había marchado pues la información que nos llevó hasta dicha localización tenía menos garantías que las stock options aquellas de la ¿anterior? crisis. Veinte días se cumplirían mañana desde que comenzó la búsqueda de la niña desaparecida en la pequeña localidad en cuyo término municipal estaba la alquería. Al no contar con dotación suficiente nos llamaron a los de la capital para reforzar la investigación que podría considerarse como inexistente a nuestra llegada pues confiaban que fuera una chiquillada y que apareciera por su pie en un par de días arrepentida por su travesura y a día de hoy infructuosa ya que no habíamos añadido ningún indicio confiable. No parecía que hubiera pasado por allí niña indefensa alguna ni captor malvado más bien se trataba de un refugio de paso para los vagabundos errantes o sin papeles que iban pueblo en pueblo buscando trabajo en la campaña naranjera que acababa de comenzar. El perro rastreador tras haber husmeado por todos los rincones sin encontrar pistas a seguir se tumbó aburrido bajo la frondosa higuera que en estas construcciones tradicionales constituían una natural ampliación de la terraza en los calurosos veranos a la espera de las indicaciones de su instructor. Parecía otro callejón sin salida, otro día perdido tras un rastro falso, así que optamos por volver a la comisaría y ver si algún otro compañero había tenido más suerte con sus pesquisas. El Zeta lo habíamos dejado al final del tramo asfaltado y seguimos a pie por una estrecha senda de tierra siguiendo las indicaciones de un agricultor que encontramos apenas nos adentramos en ella. En menos de cinco minutos andando encontramos la alquería pero ahora llevábamos más de diez y no había rastro ni del coche ni del tramo asfaltado. A la gente de ciudad todos los campos nos parecen iguales y los senderos indistinguibles unos de otros. Tras otros tantos dando vueltas mandé al agente que hacía de chofer campo a través entre los naranjos a ver si tenía mayor fortuna y encontraba un atajo o al menos a alguien que nos indicara. Sus gritos nos alarmaron de pronto y echamos a correr todos hacía allí.
La había encontrado. Solo quedaba encontrar al asesino.