Te ha dolido más que a él, seguro. Le has arrancado lentamente la uña, has visto cómo se retorcía y has escuchado sus gritos, pero seguro que tú lo has pasado peor. Te dices que a ti te duele más, porque es lo que dicen en las películas, o en las rupturas sentimentales, pero sobre todo porque quieres pensar que no eres un monstruo. Los policías nunca lo son. Estáis para servir, lo decían todos los días en la academia. Debajo de la uña, la carne es virgen y palpitante. Eso ya lo sabías, lo viste cuando tu hija se pilló un dedo en el portal. Tenía la mano apoyada en el quicio mientras hablaba contigo por el telefonillo, y la gravedad hizo su trabajo con el peso del portón. Cómo te dolió escuchar sus llantos; pero a ella más.
Sabes que con la uña no basta, no va a ser suficiente, ni lo sueñes. Por eso ya tienes la bolsa de plástico en la mano. No eres un monstruo. En cuanto la ajustas al cuello, demasiado, dejas de verle la cara. El plástico se llena de vaho. «Confiesa, hijodeputa», no recuerdas haberlo dicho tú. Esas palabras no las podrías decir delante de tu hija. Te miraría con cara de susto y te lo reprocharía, con razón. La bolsa cada vez respira más lentamente. Recuerdas los avisos para niños en los juguetes. Ahora resulta que se pueden tragar las piezas y ahogarse con los plásticos. Antes no había tanta tontería y mira qué bien hemos salido. No eres un monstruo. Para cuando abres la bolsa, la cabeza apenas se sostiene. Lo importante es el «apenas».
Ves el final más cerca, lo vas a conseguir. Sólo un poquito más. Vas a desenmascarar al monstruo, al fin y al cabo estáis para eso, para servir. El submarino es lo más efectivo, es lo que has oído. Le enfundas la cabeza en una camiseta mojada y se la sumerges una y otra vez, que no note casi la diferencia cuando tiene la cabeza fuera del agua. Le das su primera oportunidad, le retiras la camiseta lo justo para que hable. Y ahí lo tienes. Fue él. Claro que fue él, joder. La mató, por mucho que diga que fue un accidente. Un accidente fue cuando tu hija se metió en el mar con bandera roja y una ola se la tragó. Menos mal que estabas tú para sacarla; qué poco pesaba tu niña. Lo que le hizo este hijodeputa no fue un accidente, y tú no estabas allí para ayudarla, no estabas para servir.
Decides que parezca una casualidad, un juego de niños que sale mal. Al día siguiente desayunarás con tus compañeros de la comisaría y leerás el periódico: «Fallece exconsejero de Infancia y Familia en extrañas circunstancias. Ha sido encontrado con signos de ahogamiento en un descampado, con la boca llena de piezas de Lego. Faltaban dos meses para que diese comienzo su juicio por pederastia». No eres un monstruo.