MUERTE DUDOSA
Alegría Corina Hernández Wallinger | Patricia

La habitación estaba a oscuras, las cortinas sin abrir y la ventana cerrada.
Entré con la llave que me había dado la señora…señorita, doña Amalia Acheristegui.
Su gato salió a recibirme, maullando y acariciándose con mis piernas; todas las mañanas; yo le doy de comer y limpio el arenero. Luego preparo el desayuno de la señora.
Al ver que no bajaba, decidí subir a su habitación y, como ya le dije, agente, la habitación estaba a oscuras.
Descorrí las cortinas y abrí la ventana.
Y entonces la vi. Estaba en la cama, la cabeza apoyada en la almohada y la cama deshecha.
Pensé que se había quedado dormida e intenté despertarla, tocándole una mano.
Fue cuando me di cuenta, porque la mano estaba helada, que además no respiraba.
Bajé corriendo al salón y entonces fue cuando llamé al 091, señor.
Llevo quince años trabajando con la señora, que es muy buena… era… aunque con poca vida social. Dos sobrinos suelen visitarla una o dos veces al mes y a los que últimamente no quería recibir. Me contó que habían intentado convencerla de que ingresara en una residencia.

El cadáver no tenía signos de violencia; estaba vestida con un pijama. Parecía dormida, si no fuera por el rictus que le deformaba la boca como si hubiera hecho esfuerzos por respirar. Las manos a ambos lados del cuerpo, estrujando las sábanas, indicaban que la muerte no se había producido mientras dormía. Habría que esperar la autopsia.
El resto de la habitación aparecía desordenada: cajones abiertos, ropa revuelta en el armario, el teléfono móvil debajo de la cama. Y un detalle: una caja fuerte abierta y vacía.
Todo hacía pensar que se trataba de un robo. Y que la mujer habría interrumpido al intruso. Pero no había cristales rotos ni signos de haber sido forzada la puerta. Además, el dormitorio estaba en la planta alta del chalet.
En el móvil, la última llamada era de la noche anterior. Constatamos que el número pertenecía a uno de los sobrinos de la fallecida.
Después de tomarle declaración a la asistenta, procedimos a investigar a los sobrinos.
Uno de ellos estaba radicado desde hace años en Edimburgo. El otro, residente en Madrid, manifestó que había llegado hacía unas horas de Asturias.
Se complicaba el caso. Tuvimos que descartar a los sobrinos y nos dedicamos al robo con asesinato.
Seguimos investigando las llamadas efectuadas desde el móvil y encontramos el número de un abogado. Lo citamos en la comisaría. Acudió al requerimiento, sorprendido por el fallecimiento de su clienta. La estaba asesorando sobre el testamento.
Últimamente estaba disgustada con sus sobrinos por la idea que tenían de que ingresara en una residencia, y este enfado hizo que decidiera legar a alguien que no fueran ellos.
Así quedaría, agentes, como lo indica en este documento. La beneficiaria sería la asistenta, así se aseguraba de que, cuando falleciera, se ocuparía del gato, como se lo había manifestado a ella.
Solo le faltaba firmarlo.

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