MUERTE EN AZUL COBALTO
CARMEN PASCUAL DEL CASTILLO | INES VALLEJO

Carla se quitó la bufanda que llevaba en el cuello para protegerse del frío y tuvo que usarla para intentar contener las náuseas provocadas por el olor a descomposición del cuerpo.
El segundo en apenas tres semanas.
El mismo tipo de disparo a quemarropa en los genitales.
Al descubrir el rostro, tapado con unas mantas viejas, Carla tuvo la misma sensación que con el cadáver anterior, “¡le conozco!” – pensó; “¿pero de qué?”.
Y la firma: unos mocasines azules del número 36 que el asesino había colocado cuidadosamente en los pies, desechando de cualquier manera el calzado que la víctima llevaba.
Mientras repasaba mentalmente las teorías sobre cómo llevar la investigación, llegó a la puerta de su casa, y sin más se paró en seco. Un olor a vainilla perfumaba el rellano para entrar. Ese olor…
La puerta estaba abierta, pero no forzada.
Todo encajaba: el robo del bolso que había sufrido hacía un par de semanas fue premeditado. Tenían sus llaves, y la sensación de días atrás de que alguien la observaba empezaba a ser una realidad.
Al entrar, todo estaba en aparente orden.
Fue directa a su improvisado despacho y sus notas sobre el caso seguían ahí…. pero había algo más: entre los papeles desordenados encontró una carpeta marrón; “Esto no es mío”-pensó.
La abrió con algo de duda y al momento se dio cuenta de que no llevaba nada para proteger las posibles huellas, pero ya era tarde: una foto la miraba a ella en lugar de ser al revés.
A su memoria vino la promoción del 93: octavo curso del Colegio Santa Beata Maria.
Ana, Paula, Miriam, Santi, Alfredo, Laura y Teresa o Tesa, como la gustaba que la llamaran.
El club de los 7.
Carla tuvo que abandonar el colegio a mitad de curso por traslado de sus padres, después supo que Tesa también lo dejó de manera abrupta.
En la carpeta había otra foto de la promoción al completo, pero en esta ocasión las caras de dos chicos estaban marcadas en rojo.
Carla sintió un escalofrío. No podía ser. Eran las víctimas.
Guardó la carpeta en un cajón de su cuarto, escondida bajo la ropa interior.
No comentó nada al resto de detectives sobre lo que había pasado. Prefería ser cauta y esperar.
Pasaron varios meses sin que las pistas señalasen a un asesino claro. Carla pensaba que finalmente sería un crimen más sin resolver guardado en las cajas del archivo.
Pero no fue así.
Una mañana, las portadas de los periódicos locales informaban del hallazgo del cuerpo de una mujer, ahorcada dentro del Colegio Santa Beata María, con una nota que decía:- “por fin puedo volver”-.Llevaba puestos unos mocasines azul cobalto.
Carla pudo entonces ordenar las imágenes que se le agolpaban en la cabeza.
Ahora todo cobraba sentido.
Muchos alumnos llegaban y otros se iban, algunos sin hacer ruido, como los culpables.
Ya no era un “cold case”.