Muerte en la biblioteca
Marta San Román | Martha Rome

Lucy Riley cerró tras de sí la puerta de la biblioteca, saliendo a un pasillo tenuemente iluminado. Tendido sobre la alfombra, rodeado de libros abiertos y con el cuello ensangrentado seguía el cadáver de Mr. Conaughey, dueño de la imponente mansión victoriana. Tras examinar el escenario del crimen e interrogar a los presentes en la casa la noche anterior, la joven detective se enfrentaba ahora a la parte más desafiante del caso: unir las pistas para encontrar al asesino.

Lucy caminó sobre la elegante moqueta por el pasillo, observando a través de las puertas abiertas. Pasó junto a la primera, que daba pared con pared con la biblioteca. Era un estudio, y junto al escritorio de caoba se encontraba Mason, el mayordomo, sacando brillo a la profanada colección de plumas estilográficas de Mr. Conaughey. Mason dirigió una hosca mirada a Lucy, que recordó que, en su testimonio, el mayordomo había mencionado la puerta secreta que conectaba la estantería del estudio con la biblioteca. ¿Conocería alguien más su ubicación?

Siguió caminando hasta encontrarse con la segunda puerta, a la izquierda. Esta daba a un saloncito con grandes ventanales. Mrs. Conaughey, esposa del muerto, tomaba un té junto a la chimenea con manos temblorosas. Miss Anders, el ama de llaves, estaba junto a ella, consolándola. Su inexpresivo rostro se volvió hacia Lucy, pero esta no se percató, pues observaba la escena a través del ventanal. Mr. Dudley, ahijado de Mr. Conaughey, se encontraba en el jardín gritando a un criado para que tirase más platos que disparar con su escopeta.

Solo quedaba una puerta más. Lucy no necesitaba abrirla para saber quién se encontraba tras ella. Miss Debnam, la sensual y atractiva amante del señor, seguiría junto a la ventana, fumando un cigarrillo en su bata de satén, tal y como Lucy la encontró durante su interrogatorio.

Cualquiera de esas personas podría tener motivos para asesinar a Mr. Conaughey. El dinero, los celos o el odio parecían ser los posibles móviles. La policía esperaba el informe de Lucy, y este debía ser exhaustivo y no dejar lugar a dudas, ya que de lo contrario seguirían sin tomar en serio a una mujer detective. Diría así: “Queridos señores, el asesino es el ahijado de Mr. Conaughey, el joven Mr. Dudley. Atacó a su padrino por sorpresa, entrando a hurtadillas por una puerta secreta y clavándole en el cuello una pluma estilográfica que robó de la colección que este guardaba en su estudio. El móvil es la herencia que recibiría al no tener Mr. Conaughey descendientes”.

Más tarde, Lucy Riley abandonaría la mansión sin volver la vista atrás. Pues eso le haría retroceder diez años, a la época en la que trabajaba de criada para el soltero Mr. Conaughey, antes de convertirse en investigadora. Mientras trataba de no pensar en aquellas cosas horribles que el perverso aristócrata hizo para aprovecharse de ella siendo casi una niña, acarició suavemente en el bolsillo de su chaqueta la afilada punta manchada de sangre de la pluma estilográfica.