Londres, 17 de marzo, 1886, Aldersgate.
La muerte del Padre Jareth enmudeció y aterró a la ciudad, nadie quería salir de su casa y nadie parecía querer saber la verdad. Jareth había sido un ejemplo para Aldersgate, había ayudado a miles de familias, pero con su muerte aquello parecía haberse borrado, la policía no tenía culpable, pero tampoco lo buscaba; su familia no paraba de llorar pero pese a su pesar no buscaban justicia; ni siquiera los más célebres detectives buscaban indicios; todo se había ensombrecido, hasta el aire parecía más denso, pero aún con ello, el tupido velo que habían corrido sobre la verdad, parecía darles más seguridad que la realidad, aunque ello significaba que vivían con un asesino entre ellos.
El cuerpo del Padre Jareth aún yacía boca abajo sobre la alfombra; en la habitación, todo, salvo la Biblia caída a su lado, permanecía en su sitio, descartando un forcejeo; las puertas habían permanecido cerradas desde el interior y solo habían sido abiertas tras la ausencia del Padre por varios días, descubriendo su cuerpo ya sin vida, la ubicación de la habitación en la parte más alta de la torre de la Iglesia St Botolph, hacía imposible la entrada por la ventana; y la falta de herida mortal desechaba la idea del asesinato, pues ni siquiera la sangre manchaba la escena. Pero el cuerpo no estaba intacto, las manos del Padre mostraban manchas en la piel, sobre todo en sus dedos, y a pesar de que el médico había declarado la muerte por insuficiencia cardiaca, no todo encajaba. “Solo la Biblia puede saber la verdad de lo sucedido” había dicho la mujer de blanco y esas fueron las palabras que paralizaron a Aldersgate. Nadie creía que un joven de veintiocho años pudiera morir así, pero Emireth lo había zanjado, y nadie la ponía en duda, nadie se atrevía.
Nadie, excepto yo, quien no solo había descubierto el verdadero motivo de la muerte de Jareth, sino que llevaba años tras Emireth, tras la mujer que viste completamente de blanco, tras la costurera convertida en asesina que había descubierto que con la mezcla de un elemento concreto en el tinte de sus ropas, podía acabar con la vida de los que la enfrentaran, tras la mujer a la que todos temían, pues aquel que la desafiaba moría en apenas unos días, pero nunca había pruebas, puesto que Emireth había descubierto que podía poner aquel elemento no solo en los tejidos, sino en comida, bebida o en la pasta que daba forma a las páginas de libros como la Biblia, libros que se leen pasando las hojas tras humedecer las puntas de nuestros dedos una y otra vez, ingiriendo con ello ese elemento, ingiriendo el veneno, ingiriendo el arsénico.
Pero a pesar de tener pruebas, también ha logrado envenenarme, pero antes de morir, pongo en tu conocimiento toda la verdad, junto a lo necesario para que tú, si puedas ponerle fin a la mujer de blanco.
Con mi último suspiro.
Lizbeth.