N.N.
Agustina Barbosa | A.B. Barbosa

Me habían dado un caso cerrado.
Uribe ultimaba detalles, Jiménez me preparaba café, y en la morgue le revolvían los intestinos a Méndez: al prometedor candidato progresista lo habían abierto al medio. En la sala, manso y anónimo, me esperaba su matador.
Flaco, flaquísimo, los pómulos en punta como si estuviera mordiéndose las mejillas; la adicción prendida en los ojos y en el temblor de la barbilla; de piel transparente, una que evitaba el sol.
-Vos sos muy pibe, ¿cuántos años tenés?
Me sonrió y sacó de su cuello de ganso una voz aniñada que desencajó su demacrado perfil, el que traía prendido un olor agrio.
-No lo sé, oficial.
Andaba sin muchas ganas de alargar la historia y este N.N. quería empezar a enredarme con sus firuletes cocainómanos.
-¿Por qué mataste al sr. Méndez?- cuando frunció brevemente el ceño antes de volver a su espantosa impasibilidad, entendí que si ya había confesado el crimen sólo podía extrañarle mi forma de referir a Méndez. Me aferré a ese atajo:- ¿De dónde lo conocías?
-Era uno de mis amigos en… la granja- le susurró esa respuesta al filo de la mesa que acariciaba.
-¿Qué granja?- revolví las notas donde Uribe me resaltaba que el cuerpo de Méndez había sido encontrado en un cruce de caminos de la 72, donde el campo se pierde dentro de más campo- ¿Qué granja?- insistí.
Entonces el N.N. habló de una manera tan aprendida y naturalizada, como si me recitara una canción, como si rezara:
-En la granja a las mujeres se les hinchan los vientres, y cuando esos globitos revientan nuestros amigos lejanos vienen a visitarnos con regalos. En la granja la estrella de Belén se clava en la punta de un Mercedes Benz.
-Esperá- recordé la campaña de Méndez, su discurso de la oportunidad honesta y las granjas de rehabilitación para mujeres en situación de calle-.¿ Vos venís de…?
-Yo nací en la granja, donde todos somos hermanos. Donde se cultiva a las mujeres con semillas importadas de un Mercedes, y se cosechan los hijos de esos vientres viciosos.
-¿De qué mierda hablás?
-En la granja se satisface el apetito de los hombres con una dieta peculiar.
-¿Quiénes van…?- me encontré balbuceando, una arritmia precoz delatándose ante el estatismo del N.N. que quería hablar.- Dame nombres.
-Todos los hombres grandes. Sus amigos… –alcanzó brevemente a Jiménez que venía con el café.
-¿Dónde está esa granja?
-Está en todas partes. Ayer, hoy y mañana.
Me adelanté a la frustración y el miedo de que esto se me escapaba de las manos y del cuerpo entero.
-Pero hoy está a 50 kilómetros al oeste, cortando la 72 al medio.
Salí disparado y sin escolta, debiéndole una explicación a Jiménez, solo para encontrarme un rancho abandonado, las huellas de un camión clavadas en el barro y el olor a pintura fresca en las paredes de una habitación.
Desde la comisaria me decían que el N.N. se había arrojado por la ventana. Me habían dado un caso clausurado.