Lo que más le impresionaba a Salvador era la sangre seca. Se había entrenado para verla brotando a borbotones, para tratar de contenerla, para que le salpicara en la cara, pero no para apreciarla en su estado más sólido, como un pegamento oscuro, casi imposible de retirar del piso.
Se bajó hasta la mandíbula la mascarilla que le había entregado el equipo a cargo del levantamiento del cuerpo en la sala de meditación de uno de los clubes de yoga más exclusivos de la ciudad. Inhaló y exhaló. Un olor a metal le cortó el paladar. Se concentró en el sonido del agua corriendo que se reproducía en los parlantes y que no paraba de regarse en ese cuarto con cojines apilados por tamaños. Confirmó que no quería ser policía.
—Quizás entró a robar y alguien le dejó claro que se había equivocado de tiempo y de lugar —le dijo su compañero antes de salir.
El agua se apagó. Salvador y el cuerpo quedaron en silencio. El cadáver parecía un ahogado que no había podido sacar su cara del piso a tiempo. Los brazos estaban extendidos hacia arriba, uno más que el otro, como si lo hubieran asesinado cuando jugaba a ser Superman. Vio en los dedos del corazón y el índice de la mano izquierda del caído las letras n y o tatuadas, entre el nudillo y la primera falange. Y luego vio los dedos de la mano derecha apretados y en el dedo gordo, la letra w. Era un mensaje.
n o w
Ese cuerpo era un telegrama enviado desde muy lejos. Se burló de todos los que no son capaces de ver las señales que la vida envía. Sintió ganas de abrazar a ese desconocido. Había valido la pena tomar el turno de fin de año.
—Salvador, ¿qué haces? —le increpó su colega cuando regresó con dos médicos forenses a la habitación y lo vio casi besando el cadáver.
Salvador se reincorporó mientras los forenses extendieron la bolsa negra sobre el piso y empezaron a mover el cuerpo. Le pareció agradable el sonido largo del cierre cuando se abrió. Se sintió optimista, casi feliz. Un corte amplio en el cuello de la víctima se hinchaba a ambos lados. Los dos hombres que lo levantaban luchaban con el peso del muerto y uno de ellos se resbaló, lo que provocó que sobresaliera un hueso. Pero no fue eso lo que impresionó a Salvador, sino la parte del tatuaje que no había visto en el resto de los dedos derechos de la víctima. Pudo leer las letras h, e, r y e justo en la mismas coordenadas, entre los nudillos y las primeras falanges.
n o w h e r e