Llegué a la calle, oscura y silenciosa, aun habiendo más de diez personas trabajando alrededor del cuerpo de la víctima. Flashes de los compañeros de la científica que no paraban de sonar, susurros de los policías que custodiaban la zona para que nadie pasara a la escena del crimen, los vecinos que intentaban fisgonear, y aun así, solo escuchaba el silencio.
Paré a los pies del cuerpo sin vida.
– Laura, 33 años – me informaba mi compañero -. Varios vecinos dicen que la escucharon discutir con su pareja y de repente se oyó un golpe. El primer vecino que salió la vio tirada en el suelo, y alguien corría alejandose, seguramente sea el chico.
-¿Lo tenéis?
– Estamos en ello.
Me volví de nuevo hacia el cuerpo sin vida de Laura, encendí un cigarrillo y me recogí el pelo.
No había mucho que investigar, estaba claro que era un homicidio por parte de su pareja, solo había que encontrarlo y esperar que se derrumbara. Lo jodido de este caso es que ya eran doce las víctimas por violencia machista en lo que va de año y aún no estábamos ni en primavera. ¿Qué cojones les pasa por la cabeza para hacer tal cosa? Las lágrimas empezaron a brotar, no podía aislarme de la realidad, es una lacra tan presente en la sociedad que no veía el momento de poder acabar con ella.
No podía apartar la mirada del cuerpo, tapado con una manta y con los pies por fuera. No podía dejar de recordar a mi madre en la misma posición, en el salón de mi casa, con mi padre arrodillado a su lado, después de haberle arrebatado la vida cuando yo tenía siete años. Cuánta vida le quedaba por delante…
Laura ya no volverá a reir, no volverá a ser nada de lo que podría haber sido, Laura ya solo será, en el recuerdo de sus familiares, y tan solo un número en la lista interminable de mujeres que perdieron su vida a manos de un canalla.
Me sequé las lágrimas, y sin dejar de mirarla le prometí, a ella, a mi madre y a todas las que ya no están, que me dedicaría en cuerpo y alma a hacer justicia, hasta que llegara el día en que se acabe esta lacra.
– Lo tenemos inspectora, van camino de comisaría – escuché detrás mía.
Me giré asintiendo con la cabeza, tiré el cigarrillo al suelo y lo pisé con fuerza y rabia para apagarlo.
– Es mío.