NO DESPIERTES
Javier López Velasco | Nick M.

No recuerdo a la hora que me desperté aquel día, solo sé que había dormido muchísimo, y que me dolía bastante la cabeza. La persiana estaba bajada, y por sus pequeños huecos pasaban afilados haces de luz, que me hacían arder los ojos. Intenté levantarme despacio, porque casi todo me daba vueltas aún. Algún brebaje de la camarera del pub al que fui aquella noche. Eso debió de ser. Parece que alguien quiso que me pillara una buena borrachera. Estaba todo sudado, con la misma ropa del día anterior y me levanté de la cama aún medio dormido. Al llegar al quicio de la puerta, tuve que apoyarme al marco para no caerme. Aún me flojeaban las piernas. Ni levanté la persiana de la habitación, porque no tenía fuerzas para hacerlo. Prefería comer algo, después de lavarme un poco. A duras penas, conseguí recorrer todo el largo pasillo de papel pintado y antiguo, y llegar así a la puerta sucia y vieja del cuarto de baño. A veces suelo pensar en si una buena reforma de la casa, no le vendría bien, pero la herencia que me dejó mi tía no incluía aquello. Así que intento vivir para pasar el día, y no obcecarme en aquellos recuerdos del pasado. Mientras abro el grifo pienso en que no se me caigan más malditos baldosines blancos encima, faltaban demasiados. A veces pienso, que podría acabar mi vida de aquella manera y dejar de vivir las penurias que tengo. No tengo caldera, así que el agua estaba helada. Pero me venía muy bien para poder despertarme de una maldita vez. Me lavo la cara y al abrir los ojos del impacto de temperatura, veo en el lavabo agua roja que se va por el drenaje. Me miro las manos, y donde otras veces había habido roña y suciedad, había restos de color rojo. Me miro al espejo, y aún puedo ver restos de lo que puede ser sangre en mi cara, y en mi ropa. Me alejo impactado y veo mi reflejo con aquella barba de tres días, y el pelo desaliñado. Asustado y sin poder ni cerrar el grifo del agua, salí del cuarto de baño intentando buscar alguna razón. Me aseguré de no estar herido y me dirigí al salón. La persiana estaba bajada, y tropecé con una silla que casi me hace caer. Subí la persiana del salón, y la luz anaranjada de la tarde inundó la estancia. Había dormido más de la cuenta. Al girarme, pude ver las paredes manchadas de sangre, y algunos muebles con gotas rojas. Miré al suelo, y ahí estaba la razón. La camarera del pub con la cabeza abierta, y restos de polvo blanco con pequeños trocitos de baldosín blanco. Un golpe fuerte en la puerta de entrada, y cuatro agentes de policía me rodearon con pistolas. Saqué algo del bolsillo. Levanté las manos frente a mí retrato de graduación en el cuerpo de policía. Y dejé caer mi placa al suelo. “¡Soy Inocente!”.