No. Aquella no era época de interrogatorios. Por aquel entonces más que la placa brillaba en la solapa de los comisarios la estampa de una España embrutecida por la dictadura y embarrada de sotanas y tricornios. Definitivamente aquella no era época de interrogatorios.
El inspector García, de los García de toda la vida, llevaba sus creencias y convicciones más allá del puño y del cigarro. El era un señor de clase alta, de modales y trajes limpios a diario.
Cuando detuvo a Esther, su vecina en otros años menos prósperos para él, no dudó ni por un segundo en sacarse las mentiras que pudo de las mangas de sus trajes limpios. ¿Y que había hecho la pobre muchacha? Pues nada más y nada menos que cantar un cuplé de Carmen Flores mientras barría su casa. Y es que claro, en aquella época no se podían cantar esos himnos revolucionarios, o al menos no en voz alta. Tuvo tan mala suerte la chiquilla que justo ese día pasaba por el barrio el inspector García. ¡Y lo que son las coincidencias! En el número 43 de la misma calle, ese día de otoño mientras Esther felizmente barría, mataron de un tiro en la cabeza a un alto cargo de la Falange.
¡Lo que son las coincidencias! Está claro que para el inspector no existían, así que con hechos fehacientes bien sabía que la muchacha de la escoba algo había tenido que ver en el incidente.
Así que, el bueno de don García se presentó con su séquito de buenos defensores de la patria en casa de la señora Margarita, madre devota de cinco hijos y esposa fiel de un vendedor del mercado del pueblo. Picó a la puerta, y fue Esther quien les recibió, con el pelo recogido y escoba en mano. Sin lectura de derechos se llevaron a la chica. ¡Y que pena le quedó a la pobre de la señora Margarita!
La llevaron a un calabozo y le hablaron de lo insensato que era conocer canciones que dañaban el orgullo nacional. Ella se excusó diciendo que solo le gustaba la dulce melodía del cuplé, y con el brazo alzado mostró su estima al país que la había visto nacer y crecer.
De nada le sirvieron los gestos y los enaltecimientos a la pobre Esther. Pues el bueno del inspector sabía de las amistades que tenía en los alrededores. ¡Malas compañías! Le dijo con tono serio. Malas compañías que un día como cualquier otro, desaparecieron.
¡Pobrecilla la dulce Esther! Ella era muy joven y no sabía que aquella no era época de interrogatorios. Su dulce canturreo se quedó en el recuerdo de una familia que siguió cantando en silencio. No, definitivamente aquella no era época de interrogatorios, pero sí de juicios rápidos y de paredón.