Las pruebas estaban allí, sólo faltaba hallarlas. Quien fuera que hubiera cometido ese delito conocía bien como pensamos los policías y se había tomado las molestias de ocultar ciertos detalles. Ni una huella, ni un rastro, ni un mísero papel en algun rincón. Sólo un cuerpo inmóbil en el sofá con la sangre aún caliente empañando la alfombra. Los ladridos del perro, encerrado en el baño estrañó a la vecina que alertó a la policía. No tardamos en llegar. No esta vez.
Entonces un leve soplo de aire cruzó el escenario del crimen…
Alguien había dejado abierta la ventana. O no la había cerrado bien. Quien quiera que fuere sólo podía haber salido por la ventana de ese tercer piso, así que me asomé después de abrirla con sigilo. Una pisada en la repisa. Y otra. Y un resbalazo. Y abajo, en el techo del camión de la basura aparcado en el callejón, con el cuello roto, hallé la respuesta.