Se dieron un beso una vez acordaron poner en marcha su plan después de que él asintiera con la cabeza al leer lo que había escrito, con una bonita caligrafía, la joven mujer de ojos negros de la que estaba enamorado, poco antes de que los dos callasen cuando vieron a un policía pasar por el ventanal de la cafetería y el hombre tuviera que guardar, a toda prisa, una foto arrugada en el bolsillo de su americana, a propósito de la cual se habían reído con anterioridad mientras compartían una tostada con mantequilla que había manchado esa misma foto, en la que aparecía la imagen sonriente de su esposa y madre de sus dos hijos, bajo cuya mirada ambos se habían besado justo cuando llegaron las tostadas y los observaba, insolente, un anciano que bebía en la barra una copa de licor y que contrastaba, con su aspecto arrugado, con la lozana juventud de ella, que había cumplido hacía unos días los veinticuatro años y le había pedido al hombre un regalo de cumpleaños especial, algo que ella agradecería, no solo con su amor, sino también con un corte de pelo que a él le gustaba y que se había hecho la tarde anterior y del cual él no supo nada hasta descubrirlo, sorprendido, al entrar ella en la cafetería y girarse para verla tras oír el tintineo de las campanillas que colgaban en la entrada mientras se tomaba un café que le había servido el camarero, al que parecía haber despertado cuando, hacía ya un cuarto de hora, se había sentado en una mesa del establecimiento tras mirar, con evidente nerviosismo, el reloj y comprobar la hora a la que había quedado con su joven amante para planear el asesinato de su mujer.