Cometí el error de dejar que me convenciese. Mentí, maté, y al final me dejó solo con mis dos condenas. Me negó tres veces. Y otras tres. Yo, cuando la conocí, la intenté hacer una de mis conquistas, una de esas mujeres a las que había vapuleado porque eran tontas, porque estaban salidas. El mundo de investigar negocios, falsas bajas por enfermedad o hijos que se gastan las ganancias de la familia con otros niñatos sin beneficio, es mucho más sucio que el de los policías que buscan asesinos o pederastas. En principio, yo iba a beneficiarme a la secretaria de dirección de un pufista, el dueño de una subcontrata, que parecía estar robando el dinero de la Central. Me camelé a la chavala, guapa a rabiar y con cara de gilipollas. Se hizo la dura pero me la tiré en su hora de comer. Varias veces. Me dio todos los papeles. Y cuando le iba a dar puerta… Se transformó en un ser deseable. Me la llevé conmigo, y casi sin sentirlo, ella tomó las riendas de mi vida. Y ella tenía un plan infalible: había recopilado datos secretos de la Central, la espina dorsal de todos los negocios. Ejecutamos su plan. Fue fácil, facilísimo, conseguirlo. Para ella. La protegí. Me callé. Fui a la cárcel. Cuando me abandonó, me dí cuenta de lo capullo que había sido con las otras chicas, que sí eran buenas personas. Asumí que había sido un capullo. Asumí mi sino. Mentí, maté, y al final me dejó solo con mis dos condenas.