Vengo de comisaría de recoger las llaves del piso. Sé que no debía hacerlo pero, me estoy cansando de ser un segundón, quince años en el cuerpo y no he pasado de subinspector.
La casa es de esas que tiene un conserje uniformado con gorra y entorchados. Observo con disimulo tras los barrotes de hierro de la puerta, no le veo, me doy un tiempo y meto la primera llave pero, no abre, una más, otra más…, cojo la última ¡Por fin! ¡Vaya portal! No me entretengo, subo unos peldaños y me dirijo al ascensor, es antiguo, de esos que van dentro de una jaula. Tenía intención de pasar inadvertido pero este trasto es muy escandaloso y el general me ha interceptado.
-¿A dónde va a estas horas?
El hombre ha salido de la portería, no viste de uniforme y lleva una servilleta en la mano, estará cenando, este tipo de sirvientes no descansan. Le he enseñado la placa.
-Ya estuvieron sus compañeros esta tarde.
Le cuento una milonga pero el pollo no es tonto y me pide el nombre, como puedo me desembarazo de él y subo al piso. A la cuarta logro abrir, está claro que no tengo buen ojo con las llaves.
El apartamento está en penumbra, la pobre luz que entra de la calle siluetea los muebles, palpo la pared hasta que doy con en el interruptor, “clic” las bombillas de la lámpara del techo se encienden. Todavía no han limpiado, la sangre sigue salpicando la pared pero, extrañamente en el suelo ni una gota, ni sobre el sofá, ni sobre ningún otro mueble ¡Curioso!
Sobre una mesita hay una copa, está vacía pero queda un poso… creo que es vino, me agacho para mirar el borde, las huellas de los labios siguen impresas pero, o bebió por distintas partes o alguien compartió la copa con él, no la mencionan en el informe, a alguien se le ha escapado este detalle.
El “crepiteo” que llevo escuchando desde que he entrado debe salir de lo bafles de la estantería, me acerco con cautela, es el roce de la aguja del tocadiscos sobre la galleta mientras gira, levanto el brazo hacia atrás para detenerlo. Cojo la funda que está al lado para leerla, está escrita en italiano, L’incoronazione di Poppea, Claudio Montever… ¡Qué ha sido eso! He oído un ruido.
-¿Quién anda ahí?
La luz de la habitación se ha debilitado, los filamentos de las bombillas parpadean, posiblemente se han aflojado, cojo una silla y me subo a ajustarlas, desde arriba observo algo extraño en las salpicaduras, parece que siguen un patrón formando letras, m…, e…, m…, e…, «memento mori», susurro.
De golpe me he quedado a oscuras y presiento que no estoy solo, la silla se tambalea, caigo al suelo, algo se ha cruzado por mi garganta, un repentino escozor me lleva las manos al cuello, ¡Dios qué es esto! Algo viscoso me esta cubriendo, mis manos están húmedas, ¡Dios, Dios! Mi cabeza se está vaciando.