Nos vemos, Elvis
MIGUEL ÁNGEL MORENO CAÑIZARES | Nevinson

La vida del detective privado no es tan atractiva como la pintan. Si no, díganme dónde ven el glamour en una oficinucha de mierda, con sólo una ventana que da a una pared de ladrillos envejecidos y mugrientos, una bombilla de 50 vatios a punto de reventar del casquillo y un ordenador que arranca cuando le apetece, además de una montaña de informes apilados enfrente de la mesa. Exacto, ese es mi refugio, del que salgo escopetado en cuanto puedo, aunque sea para tomarme una hamburguesa grasienta en el bar de Atilio, un gordinflón que hace hamburguesas de carne argentina, asegura el tipo, y unas costillas de cerdos de Kentucky. ¡Qué sabrá él dónde está Kentucky, gordo seboso!
No sé cómo pienso en esto mientras trato de incorporarme del asfalto, encima de un charco de orines y con la cara como un poema. Aquí estoy, tirado como un saco de patatas en la acera de un callejón por donde muy de vez en cuando pasean las ratas. La boca me sangra, lo noto, aunque apenas puedo certificarlo. Intento mover alguna parte de mi cuerpo, pero creo que el asunto va para rato. Quizá algún transeúnte despistado se digne socorrerme. Me he ganado una paliza de campeonato por mi mala cabeza y mi escasa capacidad para la defensa personal. Han sido ellos, seguro, los hombres de Dylan, los que me han corrido a hostias en este callejón nauseabundo por el que nunca debí pasar. Ya da lo mismo.
Dylan me la tenía jurada desde hace tiempo, calculo que desde que el fiscal metió las narices en sus turbios negocios y logró que pasara una temporadita en chirona. El cabrón pensó que había sido yo quien aportó las pistas, pero no fue así. Admito que recibí la visita de su esposa, una mujer elegante, educada y hermosísima. Quería que investigara a su marido, que encontrara pruebas de su infidelidad para cobrarse un buen divorcio. Pero fracasé. Incluso le devolví los 500 dólares del anticipo. No los quiso, lo que me hizo sentir fatal.
El putero de Dylan se cuidó muy mucho de dejarse ver con su nueva amante. Ese día, ese jodido día, le vi salir del apartamento de lujo en el barrio exclusivo de Tropical Hills. El aparcacoches le entregó la llave del Mustang y el mafioso quemó ruedas. Por desgracia, antes de pisar a fondo el acelerador, me descubrió apostado a unos metros de la garita. ¡Seré gilipollas, me dije! Segundos después, una docena de coches patrulla le rodeaban. Aún resuenan en mi cerebro las sirenas, las putas sirenas. Y él no hizo ademán de escapar. Se entregó como un corderito que va al matadero. ¡Menudo cabronazo!
Oigo pasos, alguien se acerca. Le pediré ayuda, le diré que unos delincuentes me han robado, que se han llevado la cartera y el reloj. ¡Clic, clac, clic, clac! ¡Ese chasquido me resulta familiar! Por supuesto, es un colt del 38.
En mi cerebro suena “In the ghetto”. Nos vemos, Elvis.