NOSCE TE IPSUM
SAM SPADE | SAM SPADE

La mujer que entró al despacho del detective Sam Samuels era cualquier cosa menos vulgar. Se llamaba Casandra Cliff y su ajustado vestido de satén destacaba una anatomía de peligrosa rubia platino. El detective la invitó a sentarse, y ella lo hizo sin alterar su máscara preciosa. De manera escueta y precisa explicó que quería que siguiera la pista de una mujer y que quería que empezase a trabajar de inmediato. Cuando Sam se quedó solo, envuelto por el perfume de madreselva de su visitante, no tuvo la menor duda: esa gatita guardaba un gran secreto. La mujer que tenía que investigar se llamaba Phyllis Atwood, y vivía en la urbanización más lujosa de la ciudad en una gran mansión. Sam se montó en su cadillac descapotable, atravesó la carretera que bordeaba los acantilados del norte, y llegó a la residencia de Phyllis . El primer día, al igual que sucedió en los siguientes, Phyllis recibía la visita de un pintamonas cursi y bronceado llamado George Lewton, con el que luego salía para divertirse en los locales de moda y regresar siempre antes del anochecer. Phyllis era una joven pelirroja y frívola que vivía a solas con su padre viudo, un rico magnate, y con una camarilla de criados y doncellas. Phyllis no varió su rutina hasta la tercera semana. Fue entonces, un caluroso viernes del mes de julio, cuando ella mostró al fin sus cartas. Ese día Phyllis no recibió la visita de George, y ella permaneció encerrada hasta el crepúsculo. Cuando el sol se ocultaba tras el océano la joven salió, y fue llevada por su chófer al centro de la ciudad. Luego se quedó sola y apostada en un portal cercano al teatro Wonderly. Aguardando, como aguardaba al acecho Sam. Cuando George apareció abrazando a una mujer, Phyllis sacó de su bolso una pistola. Justo antes de que disparase el detective la agarró por la muñeca, y la detuvo. Sam le arrebató el arma y la echó a un lado. Ella le sonrió y se quitó una larga peluca carmesí. Era Casandra Cliff, la mujer que lo había contratado. Dulcemente así habló:
-Gracias Sam. Yo me conozco a mí misma, y por eso recurrí a ti. Sabía que al día siguiente de contratarte mi doncella Susan se tropezaría y se rompería una pierna. Sabía que tendría que emplear en su lugar a Elizabeth, y que George no podría resistirse a sus encantos, y me traicionaría con ella. Sé que soy pasional y celosa, que no soportaría su traición y querría matarle. También sabía que tú me lo impedirías, y que de ese modo me salvarías de mí misma, y de acabar en la silla eléctrica.
-Desde el principio supe que eras una femme fatale-comentó Sam lacónicamente.
-También sabía que enloquecerías por mí, y que ahora me besarías.
Sam Samuels envuelve a Casandra en sus brazos, aspira embriagado su perfume de madreselva, y la besa con un beso de cine, negro, claro.