Noticiario mortal
Andrés Martínez Villagrán | J.M. del Peral

Son las 8 de la noche en El Pardo cuando las cámaras del NO-DO dejan de rodar.
– ¿Tomamos algo? – dice Jiménez, director.
Se apagan las luces. Cristales rotos.
Un estruendo súbito, como si de un tiro se tratase. Gritos.
La señora Lucrecia, que estaba limpiando la habitación de al lado, entra corriendo al despacho a ver qué sucede.
– ¡Su Excelencia! – grita, asustada.
– ¡No es posible! ¡No! – dice Federico, asistente de cámara.
Tres guardias entran al cuarto y encienden las luces. Lo ven.
El cadáver de un hombre en el suelo con atuendo militar y un charco de sangre a su alrededor.

El Generalísimo ha muerto.

A los 10 minutos, después de que uno de los guardias hubiera hecho una llamada y antes de que nadie saliera, entra por la puerta principal del despacho un señor con bigote frondoso y traje gris, de cara seria.
– Que nadie mueva ni un pelo. – dice, con voz recia.
Un agente del orden. ¿De qué organismo? Nadie puede asegurarlo.

Lucrecia está sentada en una silla, llorando. Jiménez, a su lado, con la mirada perdida. ¿Cómo podrían volver a sus casas esa noche y decir a sus familias que el adorado Caudillo había muerto? ¿Qué sería del futuro sin su amado líder para guiarlos?
El agente se acerca al cadáver y comprueba a primera vista que, en efecto, se trata del mismo personaje cuyo retrato cuelga en todos los edificios públicos del país.

Un disparo. Los forenses detallarán más.

A continuación, se aproxima a conversar con los guardias y aprovecha a ver sus armas. Federico se arrima con sigilo a intentar escuchar algo de la conversación, pero una mirada de reojo mortífera del bigotudo agente acaba con sus intenciones.

Las armas de los guardias están limpias. Demasiado limpias. Casi se podría asegurar que son decorativas, y eso de momento los descarta. Antes de hablar con el resto, el agente se acerca a la ventana. Rota, pero sin trozos de cristal en el interior de la habitación. Sospechoso.

Luego de hablar con el equipo de rodaje, se hace evidente que hay que controlar la situación antes de que llegue a oídos del exterior.

De repente, se abre una de las puertas traseras y entra un hombre en la sala.

Lucrecia se desmaya. La sala se queda atónita.
– ¿Pero se puede saber qué es todo esto? – dice el Caudillo, somnoliento, en pijama y vivo.

Los guardias acompañan al equipo del NO-DO a la puerta de salida, dejando atrás al agente. No se puede hablar de lo ocurrido, y el material de rodaje queda requisado. La pobre víctima había sido Aurelio Pérez, doble del dictador para las cámaras.
El Generalísimo está a salvo. Podían volver a sus hogares, tranquilos de que su futuro sigue en buenas manos.

Jiménez se mete en la furgoneta y, mientras Federico guarda la cámara, en sigilo aprovecha a limpiar con un pañuelo su pistola. Suspira, pensando cómo contarle a sus compañeros del fracaso de la misión.

Otra vez será…