Nunca más.
María José Lisón Medina | Aine del Valle

Aquel día los gritos podían oírse en todo el edificio. Pero nadie hizo nada. Nunca nadie hacia nada. Y después todo quedó en silencio.

Miró la cara ensangrentada de la víctima, las lágrimas parecían diluir el rojo intenso que emanaba de cada corte. El cristal del baño mostraba el lugar exacto donde su rostro impactó. La escena parecía sacada de una película gore.
La respiración agitada hacía que las costillas se clavasen en su pecho y aunque la víctima trataba de calmarse sus labios ahogaban aullidos de dolor.
En los brazos se podían adivinar marcas de otros golpes más antiguos, de esos que no solo dejan huella en la piel. De esos que rompen huesos, que hacen arder el cuerpo. Un ojo morado, el labio partido, el cuello marcado en púrpura como de haber sido estrangulada apenas unas horas atrás. El alma se encogía ante semejante atrocidad.

Cogió una toalla y mojandola en agua fría empezó a limpiar aquel rostro y con movimientos lentos, muy lentos trato de limpiar un poco ese desastre. Aquella mujer que le devolvía la mirada parecía ida, como si estuviera en otro mundo. Y precisamente ahí, en el submundo de su mente se había agarrado con uñas y dientes para no dejarse morir allí mismo, en ese recodo de su memoria recobró el juicio por un segundo y no se dejó vencer, no se iba a dejar vencer, no iba a ser una más, no iba a permitir que la convirtieran en el siguiente número.

Se sentó en el coche como pudo y miró al horizonte deseando llegar donde debería haber ido mucho tiempo atrás para acabar con ese infierno. Tragó saliva y subió los escalones de la comisaría.

– ¿Inspectora? – el agente que guardaba la entrada preguntó con la voz entrecortada al ver ante él a aquella mujer herida.

La inspectora no contestó continuó caminando hacia la sala de reuniones y abrió la puerta de golpe. Allí todos sus compañeros se quedaron en silencio al verla entrar con el arma en la mano y la placa en alto.

– Comisario Vázquez queda detenido por malos tratos – dijo en voz alta y sin titubear.
– ¿Pero que estás haciendo Eva? – contestó atónito el Comisario.
– Le vuelvo a repetir que queda detenido por malos tratos.
– ¿Pero cariño que estás diciendo? – el comisario no sabía cómo afrontar aquella situación, en casa si ella elevaba la voz le cruzaba la cara sin pensar pero ahí delante de sus agentes no podía dejar salir a la bestia. – Vamos baja el arma, vayamos a casa y hablemos con calma.
– He dicho que estas detenido hijo de puta – gritó mientras caminaba hacia él y lo apuntaba a la cabeza – No vas a volver a ponerme una mano encima nunca más, ¡Ponte de rodillas ya!.

– Por favor Eva, no volverá a pasar, suplicó mientras sus rodillas tocaban el suelo.

– De eso puedes estar seguro Manuel, le dijo mientras le ponía las esposas a su marido.