«Oferta de esqueletos»
Diego Rotondo | Lisandro Hudson

La mañana del 8 de mayo de 1960, sobre La Quinta Avenida de Manhattan, a pocos metros de la joyería donde Truman Capote se inspiró para su novela «Desayuno con Diamantes», los peatones se toparon con una tienda fuera de lo común. Un cartel bajo la vidriera decía: «OFERTA DE ESQUELETOS».
Del escaparate pendían seis esqueletos impecables. El local lucía abandonado, lleno de trastos y telarañas. Un hombre de unos cuarenta años y casi dos metros de altura, embutido en un frac rojo y sombrero de copa, salió del interior inclinándose para no golpearse con el marco de la puerta, saludó a los curiosos y contempló su negocio desde la acera. Los cristales estaban opacos y le daban un aspecto aún más siniestro.
—¡Son auténticos! —explicó, con una voz afilada que discrepaba de su enorme anatomía—; tan auténticos como los que esconde nuestra carne —posó su dedo índice sobre el vidrio y sondeó a sus potenciales clientes—. Solo que éstos se ocultaban bajo la carne de terribles asesinos.
El grupo balbució un «¡Oooooh!».
—Ese de ahí, por ejemplo —dijo señalando el esqueleto del medio—, era de un francés que descuartizó a sus dos hijos… Y ese otro —señaló al del extremo derecho— fue un soldado del Tercer Reich al que los rusos colgaron y quemaron en una plaza de Berlín.
Más curiosos comenzaron a reunirse frente al local, cautivados por el sombrío escaparate. Algunos incrédulos le preguntaron al vendedor si poseía documentos que acreditasen la historia de cada esqueleto. Él esbozó una sonrisa y se cruzó de brazos.
—Verán, una de mis aficiones favoritas es la de viajar y visitar cementerios para adquirir restos que yacen bajo tierra sin que nadie se interese por ellos, como en el caso de estos malnacidos. Algunos debí ensamblarlos yo mismo; además tenían restos de pelo y pellejo que me costó bastante quitar. ¡Y desde luego que poseo los documentos de cada uno! —exclamó—. He llegado a poseer unos cincuenta esqueletos. Pero los fui vendiendo a medida que comencé a sentirme sobrecogido por sus pavorosas historias. Ahora sólo quiero quitarme estos últimos de encima. Es la razón de que los esté liquidando a precios irrisorios.
En menos de una hora aquel extraño personaje se deshizo de los seis esqueletos, embolsándose 5.000 dólares por cada uno.
Tras recibir varias denuncias la policía acudió al lugar dos horas después de la liquidación. Para ese momento, Huge Thompson, buscado por el FBI desde hacía un año, se había esfumado sin dejar pistas. Lograron rastrear a los compradores y constatar que los documentos de cada esqueleto estaban falsificados.
Huge Thompson era el principal sospechoso del secuestro de seis empresarios por los que había exigido sumas millonarias. Las familias pagaron cada rescate, pero jamás liberó a los cautivos.