Una nube de flashes iluminaba la escena a ráfagas, tendida en el suelo, una joven yacía sobre un espeso charco de sangre similar a una improvisada alfombra granate. Su cara grisácea estaba llena de finos arañazos y una extraña mueca en sus labios parecía dejar escapar un grito de dolor infinito. Pero el motivo principal de toda aquella expectación, se encontraba en el vacío descarnado de una de sus cuencas oculares. Con esta última víctima, eran ya siete las chicas que aparecían sin uno de sus ojos en las últimas semanas.
Héctor, subinspector de la policía científica, sabía que era sólo cuestión de tiempo encontrar al culpable, pero que con cada día de retraso, nuevas vidas inocentes irían completando aquella macabra colección.
Una vecina de la zona había telefoneado a la central esa misma mañana, declaraba haber escuchado fuertes golpes en el apartamento contiguo durante la madrugada anterior. Por lo que Héctor, decidió hacer una visita a aquel apartamento en cuanto pudo. Subió las escaleras hasta llegar a la tercera planta y llamó al timbre de la letra D. Nadie contestaba pero creyó escuchar unas pisadas en el interior, por lo que volvió a probar suerte:
_ ¡Policía! —vociferó desde fuera.
Al no obtener respuesta, apoyó su cabeza sobre la puerta para poder oír con mayor claridad. De repente, un objeto largo y afilado atravesó la mirilla hiriendo a su paso su barbilla y a punto estuvo de atravesar de lado a lado su gaznate. Aquel aguijón punzante volvió a introducirse de vuelta en la casa y tan sólo unos segundos después, la puerta se abrió estrepitosamente, un hombre delgado y con un abrigo largo salió corriendo como si se tratara de una especie insólita de galgo escaleras abajo. Justo antes de abandonar el portal, Héctor realizó un único disparo que impactó en una de sus clavículas haciéndole tambalearse por unos instantes. Un reguero de sangre coloreaba las baldosas de rojo carmesí, al doblar una de las esquinas, aquel tipo se agazapó y le lanzó un puñetazo directo a la nariz, Héctor aturdido, agarró con firmeza su revólver y volvió a disparar, en esta ocasión el hombre se desplomó al instante. Al voltear su cuerpo y retirar sus gafas de sol, pudo constatar para su sorpresa, que éste también carecía de uno de sus ojos.
Tras su detención, el apartamento fue inspeccionado, encontrándose dentro de una solución de formol más de una veintena de ojos.