Andaba con las manos ensangrentadas metidas en los bolsillos de su chaqueta, escondiendo la incriminatoria culpabilidad del ajeno carmesí. Se sentía como en una pesadilla, sin saber por que ni como, pero con la clara, meridiana sensación de estar de mierda hasta el cuello. Retazos de memoria; el sopor de aquella película vespertina y el consiguiente abrazo de Morfeo, el convulso despertar en una habitación desconocida, en una cama de colchón poco amoldado a su complexión y con una compañía completamente desconocida. Junto a el, una masa de músculos trabajados en el gimnasio y estampados tatuajes, un Adonis de saldo de torcida sonrisa lo observaba libidinosamente, henchido de lujuria y anhelante de carnal promesa.
Sólo fue consciente del desabrigo de su piel, cuando aquella mole se le abalanzó con el inhiesto deseo de saciar sus apetencias, sin saber como, también poseía un par de turgentes pechos, una cintura que podía abrazarse y un sexo replegado en si mismo, no cómo el colgajo que gastaba.
Luchó ,intentó una férrea resistencia que enardeció aún más al gigante, que acabó por imponer su envergadura y deseo. Acabó forzado,violentado, herido en el alma y con el cuerpo humillado. Cuando todo hubo terminado, tembloroso y vejado, apenas tuvo fuerzas para ponerse en pié y dejar atrás aquella maldita estancia, dónde aquella bestia empezaba a roncar. Trastabillando, llegó hasta una anodina cocina y se puso a abrir y cerrar cajones y puertas de armarios, en pos de cualquier objeto que pudiera usar como vengativa herramienta y al hallarlo, desandó sus renqueantes pasos hasta dónde había sufrido el martirio. Se sentó a horcajadas sobre su enorme torso, y con toda la fuerza de la que dispuso, descargó un martillazo de aquel ablandador de carne que destelló a la luz de los apliques. El primer impacto fue directo a la sien, con la intención de provocar el máximo daño posible, el resto se repartieron indiscriminadamente sobre el rostro y el melón que sostenían sus hombros. Cuando perdió el resuello por el esfuerzo, tras de si solo quedaba una pulpa sanguinolenta dónde antes asomaban unas facciones en un rostro y un rostro en una cabeza. Acto seguido huyó,con las manos sucias de desquite dentro de la chaqueta del descabezado.
No entendía nada, ni su nuevo cuerpo, ni la humillación a la que había estado sometido y mucho menos la rabia y la desmesurada violencia de sus actos posteriores. En ese momento, en un callejón sin nombre, se percató de un detalle que había obviado hasta ese instante,una presencia omnisciente que con su propia voz, lo había relatado todo.
El cursor titila en la pantalla del ordenador, llevo escribiendo maquinalmente tanto tiempo que no recuerdo cuando empecé. He volcado frustraciones, experiencias y voluntades sobre un efímero personaje que con un sencillo comando del teclado dejaré de hacerle sufrir. Sin embargo, yo carezco de la mágica opción que elimine la tatuada figura que duerme al otro lado de mi cama, tras haberse desahogado conmigo.