Orgullo familiar
Aitor Retamosa Alguacil | ara

‘-Suelta el arma, no hagas una tontería –dijo el joven policía vestido de paisano.

Ahí estaban los dos, cara a cara, apuntándose con una pistola a escasos metros, el policía y el viejo narcotraficante del barrio.

Los segundos pasaban muy lentamente sin bajar las armas, parecían minutos. El policía llevaba años investigando quién controlaba los narcopisos de la zona, se convirtió en obsesión ya que ese era su viejo barrio, donde creció y jugó de niño, este no era un caso normal, era personal. Acababa de ascender a inspector pero eso no le importaba, lo que verdaderamente quería era ayudar a su gente.

-Por favor, suelta la pistola, están llegando refuerzos –insistía el policía.

Realmente nunca quiso ser policía, solo quería que su familia estuviese orgullosa de él como él lo estaba de sus padres. Ellos le convencieron para que se sacase una oposición y así tener resuelto su futuro pero ahora se encontraba ante el momento más difícil de su vida.

-Hazme caso, por favor, no quiero que esto acabe en una sangría –repetía mientras seguían apuntándose.

Minutos antes estaba con su compañero en un coche, de incógnitos, vigilando ese portal porque era el que más ajetreo tenía. El compañero se ausentó un momento, necesitaba ir al baño y entró en un bar. En ese intervalo de tiempo vio entrar en el portal a un señor que nunca había visto por ahí, de unos setenta años portando una maleta, no lo dudó y salió del coche siguiéndole. Cuando se metió en el portal vio a varios toxicómanos en las escaleras, el señor entró en un piso dejando la puerta abierta. El policía sacó su pistola y entró sigilosamente. Por el pasillo se cruzó con un toxicómano que ni le miró mientras salía del piso con una bolsita en la mano. Llegó al salón y vio como el señor recibía de otro hombre unos fajos de dinero que empezó a guardar en la maleta.

-¡Policía! ¡Ponga las manos en la nuca y no haga ningún movimiento brusco!- exclamó el policía apuntando con su pistola al señor mayor.

El señor mayor hizo caso pero se dio la vuelta lentamente. Al girarse y verle la cara, el policía se quedó perplejo. Aprovechando ese instante el señor mayor sacó una pistola del pantalón y apuntó a su vez al policía, un momento de confusión que sirvió para que el otro hombre saliera corriendo fuera del piso dejándoles solos.

Y ahí seguían los dos, sin pestañear ni bajar las armas.

-¡Por última vez, suelta el arma! – gritó el policía.

Justo al acabar la frase, el narcotraficante disparó dando en el cuello al policía y este cayó al suelo desangrándose.

Con lágrimas en los ojos se acercó agachándose a la altura de la cara del policía y le dijo:

-Hijo, lo siento, tu madre y yo estamos orgullosos de ti, has sido un gran hombre, pero necesitamos ese dinero.

Le dio un beso en la frente y se marchó mientras el policía se desangraba.